
POR JOSÉ LUIS LINDO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE ARANJUEZ
Desde que comenzó Aranjuez como Municipio el día 9 de septiembre de 1836, se comprueba en las fuentes municipales el pago de impuestos al Consistorio por la diversidad de oficios que funcionaban. Uno de los primeros documentos que facilitan este conocimiento es la relación de Contribuyentes al Pago del Subsidio Industrial y de Comercio de 1841, donde se encuentran ya censados dos relojeros particulares.
Según los datos que poseemos extraídos del Archivo Municipal, escasamente media docena de nombres realizaban el oficio o mantenimiento del reloj municipal.
Una de las primeras noticias que hacen referencia a la existencia de un reloj en la fachada del Consistorio se remonta a 1851, que posteriormente se sustituirá en 1863. Diez años después, con motivo de formarse el pliego de condiciones para el suministro de petróleo para los ciento ochenta faroles de alumbrado en la población, sabemos que dos de estos faroles alumbraban la esfera del reloj municipal. Pero desconocemos si había personal municipal a cargo del mantenimiento de dicho reloj. La primera referencia al respecto data del día 20 de abril de 1882 cuando renuncia a la plaza de encargado del reloj de la Casa Consistorial Federico Mejía, y la Corporación Municipal acordaba nombrar en su lugar a Eustasio Mejía; lo cual quiere decir que esta plaza era ocupada desde antes.
Por el Pleno Municipal del día 23 de octubre de 1884 sabemos que aquel reloj que tuvo el Consistorio utilizaba cuerda de cáñamo para mantener las pesas. El Ayuntamiento carecía de un campanario adecuado, con solo una pequeña campana que procedía de una iglesia de la localidad. En 1889 la Corporación aborda la obra del campanario por estar en estado ruinoso y decide instalar un reloj de torre labor que finalmente realizaría el relojero maragato Antonio Canseco Escudero con un desembolso por parte del Consistorio de tres mil ciento setenta pesetas. El reloj se inauguró con el inicio de la Feria de Septiembre de 1889, siendo Alcalde de Aranjuez Joaquín Gullón López.
Tras Federico Mejía pasaba por el empleo de relojero municipal Ramón Miguet Sebastián, quien presenta su renuncia el día 2 de septiembre de 1904, pues se iba a establecer fuera de la localidad. Para que la ausencia de Miguet no afectase al funcionamiento del reloj, el Alcalde de Aranjuez encargaba a otro relojero de la localidad, Antonio Faraldos Gómez, que se hiciese cargo interinamente del servicio hasta que, mediante concurso entre los relojeros establecidos en Aranjuez se produjera el nombramiento definitivo para ocupar la plaza.
A comienzos de diciembre de ese año, Faraldos presentaba una instancia solicitando del Ayuntamiento la plaza en propiedad de relojero municipal y la asignación anual de ciento ochenta pesetas. La Corporación Municipal no aceptaba la propuesta de Faraldos, pues había abierto un concurso pendiente de cerrarse con la adjudicación del empleo.
Catorce días más tarde una nueva petición de la plaza de relojero firmada por el vecino Antonio García Robes se abordaba en el Pleno Municipal. Este relojero solicitaba la plaza en propiedad, y que se le abonasen además del sueldo presupuestado –del que desconocemos la cantidad–, cuarenta pesetas por las reparaciones que había que hacer al reloj. La Corporación acordaba que Faraldos, –que hasta entonces fungía interinamente de relojero–, dijese si el reloj de la torre necesitaba alguna reparación.
El día 13 de enero de 1905 el Pleno municipal acordaba, ante las dos solicitudes del puesto de relojero municipal de Faraldos y Robes, se le concediese a este último el empleo con el sueldo de ciento ochenta pesetas anuales. Mientras que las averías y reparaciones corrían por cuenta del Consistorio, aparte del haber anual, pues así acordaban los ediles (en el Pleno del día 3 de febrero) pagar una factura de cuarenta pesetas a Robes por la compostura que tuvo que hacer al reloj municipal.
También fue importante el asunto del estado en que se encontraba el campanario, lo que sería objeto de atención en el Pleno municipal del día 13 de mayo; a propuesta del Concejal Juan Samaniego acordaban los ediles que el inspector de obras, realizase una visita para examinar la torre del reloj del Ayuntamiento, ya que según Samaniego «a simple vista se observa haber sufrido una notable desviación de la vertical». El día 27, tras emitir el inspector el oportuno informe técnico, el Pleno aprobaba las obras necesarias para la seguridad del torreón y campanario.
Otra dependencia que estaba a cargo del Ayuntamiento era el Juzgado Municipal, en aquellos momentos instalado en la Casa de Atarfe. Dentro de su mobiliario había un reloj de pared que era el más importante que existía allí. El día 21 de octubre de 1910 se aborda en el Pleno municipal el pago de una factura por importe de seis pesetas con cincuenta céntimos que presentaba el relojero de la localidad Pedro García Conde por el arreglo del reloj en las dependencias judiciales.
Un año después aún seguía dando problemas el torreón del reloj de la Casa Consistorial. Nuevamente se había encargado un informe al inspector de obras municipal que se trataba por los ediles ribereños el día 28 de julio de 1911, ahora el problema era lo antiestético que resultaban unos tirantes metálicos que se habían instalado por seguridad. Se debatía si era conveniente o no quitarlos, y se decidió dejarlos para mayor seguridad. El día 6 de octubre se acordaba por el pleno el pago de ciento doce pesetas con cincuenta céntimos de una factura por el trabajo y pintura empleada por Antonio Pérez en el torreón del reloj y del segundo piso de la propia Casa Consistorial.
El reloj municipal lógicamente necesitaba mantenimiento, y dentro de los relojeros municipales, uno de los más reputados era Antonio Faraldos. Aunque Faraldos no era el relojero municipal, pues era García Robes, el día 28 de marzo de 1913 el Ayuntamiento reconocía la cuenta que presentaba Faraldos, la venta de cables metálicos para la cuerda de la sonería y la limpieza del reloj municipal de la torre que ascendía a cuarenta y cinco pesetas con cincuenta céntimos.
Otro detalle que llama la atención en el mantenimiento del reloj, en este caso es la pintura de los números de la esfera, estaban deteriorados y al no apreciarse bien desde la calle, había que repintarlos. Por ello, el día 16 de mayo de 1919, se aprobaba que se pintasen las cifras de las horas de la esfera del reloj de la torre. El día 20 de junio, cuando aún no se había procedido a pintar los números, se volvía a tratar el asunto en otro Pleno, en el que el propio Alcalde objetaba sobre el riesgo y responsabilidad que pudiera acarrear esta obra a trabajadores. Siete días más tarde el industrial Alfonso Álvarez Lozano presentaba un presupuesto en el que incluía, además de la pintura de los números, el andamiaje y el seguro de la obra por cincuenta y dos pesetas con cincuenta céntimos, aprobándose el pago.
La falta de fondos municipales llevaba en muchas ocasiones a que los empleados tuviesen que trabajar con escasez de material o en condiciones nada recomendables. Es el caso de la problemática que se presentó en el Pleno Municipal del día 31 de agosto de 1923, donde se da cuenta de una carta que enviaba el encargado del reloj municipal acerca del mal estado del reloj y, además, era urgente reponer la cuerda porque la que tenía estaba sumamente desgastada y era insuficiente para soportar las pesas. Dramática carta que tenía como fin llamar de forma urgente la atención a los munícipes, pues se necesitaba adquirir unos treinta metros de longitud de cable metálico, de diez y medio milímetros de diámetro, alcanzando un coste de noventa pesetas aproximadamente. Además era necesario ante el deterioro de la esfera del reloj, pintarla por dentro del torreón y por fuera porque estaba “sumamente borrosa”. Finalmente se acordaba que se hiciesen estas intervenciones de infraestructura para la buena estética y funcionamiento del reloj.
A lo largo de la vida municipal, se constatan dos cuestiones: el mantenimiento del reloj en base a los cables metálicos y la pintura de los números en la esfera. Y, por otro lado, los nombres de relojeros municipales: Miguet, Robes, Mejías, Faraldos o, en la última etapa, Eugenio Oltra, que fueron los mantenedores del funcionamiento del reloj que instalase en el siglo XIX el relojero leonés Antonio Canseco.
Tras la reforma del Consistorio ribereño llevada a cabo en el año 2000, de cara al siglo XXI, el reloj pasaba a mejor vida en el desván de las dependencias municipales, junto con las pesas, péndulo y el protector de la esfera. En el sentimiento de recuperar la historia de la maquinaría olvidada que tantas horas prestó a la ciudadanía durante generaciones, el que esto escribe propuso en una de las primeras reuniones tras su nombramiento como Cronista Oficial la recuperación de la maquinaria y demás piezas al entonces Alcalde de Aranjuez José María Cepeda Barros; posteriormente, tras las elecciones municipales en el año 2003, hay cambio en la Alcaldía. Con la llegada del año 2004, volvimos a solicitar mediante carta oficial al Alcalde Jesús Dionisio Ballesteros, que se recuperase la maquinaria y se colocase en un lugar preeminente del Consistorio ribereño. Tras dejar pasar años sin respuesta desde la Alcaldía, hace cinco años se ordena desde el Gobierno de Jesús Dionisio que se coloque protegida por una vitrina de metacrilato la maquinaria, unas pocas pesas y piezas –muchas han desaparecido–, a la entrada del Salón de Plenos que estaba situado en el Centro Cultural Isabel de Farnesio.
Hoy, el viejo reloj magistral y los relojeros que lo mantuvieron “con el pulso” necesario en nuestras vidas, del Real Sitio y Villa, guarda “silencio”, pero queda como ejemplo de otro episodio puntero que tuvo el pueblo de Aranjuez.
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