AMIGOS DE LO AJENO
Ago 15 2014

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Lignum Crucis, parroquia de las Santas Justa y Rufina. / Foto Goyo.
Lignum Crucis, parroquia de las Santas Justa y Rufina. / Foto Goyo.

Ahora que está tan de moda hablar, por que han dado motivo para ello, de ladrones de guante blanco -que no son otra cosa que amigos de lo que no es suyo-, debemos recordar que son muchos los que a lo largo de los años se han apropiado de lo de los demás. En muchas ocasiones, recientemente, invadiendo supermercados, arrasando estanterías con la excusa, más o menos justificada de necesidades primarias acuciadas por lo que se ha mitificado como ‘la crisis’, la cual según nos anuncian políticamente se está superando de igual manera que antes nos decían que no pasaba nada, cuando, antes y ahora, no llegábamos a saber con certeza si dichos anuncios eran o son del todo ciertos.

Otro cantar son aquellos que tomando su nombre de esa pieza de abrigo que tiene la misma forma que la mano y de color blanco, que no ejecutan el acto delictivo para cubrir necesidades primarias sino para enriquecerse de forma desvergonzada a costa de los demás, cobrando comisiones a cambio de lo que se denomina informaciones privilegiadas, e incluso haciendo volar o navegar según el medio de transporte grandes sumas de dinero a otros países que se han acuñado como paraísos fiscales.

Sabemos que en otras culturas, aquél que roba si se le pilla es sancionado con la amputación de una mano. De igual manera, el dicho popular exime injustificadamente al que lo hace a un ladrón, consiguiendo cien años de perdón. Pero no siempre se ha podido capturar a los que cometen esa fechoría, habiendo quedado impunes durante muchos años, hasta que por azares de la vida el asunto aflora después de haber quedado todo prescrito. Sin embargo, en ocasiones la suerte ha estado a favor de los propietarios que habían sufrido el robo, logrando con cierta prontitud recuperarlos aun utilizando medios no del todo aceptables como ha ocurrido recientemente en Estepa, en que los vecinos se han tomado la justicia por su mano, recobrando lo que al parecer era suyo e incendiando las viviendas donde habían sido depositados los objetos sustraídos.

Hay robos que son calificados como sacrílegos por haberse producido en lugares sagrados. Sin ir más lejos, recordemos la sustracción del ‘Código Calixtino’ en el verano del 2011 en la Catedral de Santiago de Compostela, o casi dos años después, en que ante la oleada de robos que estaban sufriendo los templos gaditanos, por aquella Diócesis se dictó una serie de normas preventivas a fin de proteger el patrimonio religioso. Para ello se recomendaba entre otras cosas la revisión de puertas, ventanas y rejas, el control de las llaves del templo y la no proliferación de las mismas, evitar la exposición de objetos artístico de menor tamaño salvo que estuvieran protegidos en vitrinas de seguridad, la construcción de muebles blindados de ubicación desconocida para el público en general, la confección de un inventario y realización de fotografías de las pieza y, por supuesto, la instalación de un sistema de seguridad, cuyo código sólo fuera conocido por el párroco.

De hecho, la sustracción de objetos artísticos en iglesias, ha sido una constante en España, sobre todo en zonas rurales o apartadas, como el ocurrido en la madrugada del día 9 de junio de este año en el Santuario de Santa María Magdalena, en el que se llevaron el dinero de los cepillos y los lampadarios, salvándose la Patrona gracias a la instalación de seguridad. Sin embargo, otras veces las piezas deseadas por los amigos de lo ajeno han tenido como punto de referencia poblaciones más habitadas como Orihuela u otras de su Diócesis. Recordemos, como a mediados del mes de septiembre de 1934 fueron robadas las joyas de Nuestra Señora de Monserrate, valoradas en 40.000 pesetas, de igual forma que el 15 de enero de 1981, estando en la Catedral, le fue sustraído el Niño que porta, apareciendo un día después junto a un contenedor de basura. Pero con anterioridad a estos dos hechos, en el primer trimestre de 1884 se perpetraron robos en cinco iglesias parroquiales de la Diócesis, en las que más que las pérdidas materiales se lamentaba «que en alguna, con satánica osadía, se haya puesto mano profana en el Sacramento adorabilísimo de nuestros altares». Debido a ello, el obispo Victoriano Guisasola y Rodríguez publicó una circular dirigida a los párrocos en el ‘Boletín Oficial del Obispado’ de 18 de abril de dicho año en la que daba una serie de normas para evitar los robos. Entre ellas, ordenaba que aquellos objetos de oro y plata de culto divino fueran retirados y depositados en lugar seguro, conocido únicamente por el párroco y por otras dos personas de su entera confianza. Asimismo, en los casos en que las custodias o los copones fueran de materiales preciosos se debía adquirir otros de metal blanco, divulgándolo a fin de evitar profanaciones. Se recomendó la revisión de las cerraduras de todas las puertas y, de no reunir las condiciones de seguridad adecuadas, se sustituirían. De igual manera, antes de cerrarlas al toque de oraciones, los sacristanes acompañados por algún otro dependiente o por un vecino, debían registrar el hueco de los altares, los camarines, los confesionarios y nichos que albergaban a las imágenes, depositando las llaves en la casa de párroco una vez efectuada esta operación. Por último, recomendaba a los párrocos que intercedieran ante la autoridad municipal para que, durante el día se controlase a aquellos transeúntes sospechosos, y por la noche, los serenos vigilasen las cercanías de las iglesias.

Eran normas rudimentarias, pero aceptables para hace ciento treinta años. Todo ha evolucionado, pues a pesar de los más sofisticados sistemas de seguridad los amigos de lo ajeno, sobre todo los de guante blanco, impunemente por desgracia consiguen robar lo que no es suyo.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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