
RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Nuestra fortaleza, un castillo medieval transformado en sucesivas ocasiones, acondicionado según en qué épocas y para qué destinos. Un castillo medieval que nace amparado en el ángulo norte de la muralla mudéjar arevalense, momento en el que, posiblemente, fuera lugar de retención de la infortunada Reina Blanca de Borbón, unos días después de su boda con el rey castellano Pedro I.
Muros que posteriormente fueron ensanchados durante el s. XV al convertirse en el emblema fortificado de un efímero Ducado de Arévalo, Álvaro de Stúñiga, el primero y el último duque, por una merced enriqueña, y que realiza obras en él, para simbolizar su señorío sobre la ciudad y la comarca.
Unas obras de las que conocemos pocas cosas, salvo que es puesto como argumento económico en las negociaciones para su devolución a la Corona de Castilla. Allí se habla de obras de construcción y de unos gastos que fueron resarcidos. Y de nuevo es símbolo, en esta ocasión del poder de la Corona. Para entonces ya no era una fortaleza defensiva, sino un símbolo de esta antigua villa de realengo.
Y volvió a ser reformado y modernizado por los Reyes Católicos, otras obras de las que sí tenemos muchos más datos, obras de transformación de una fortaleza medieval en artillera, de las primeras, con nuevos sistemas defensivos que trae de Italia el capitán Corbalan. Y así adquirirá una nueva planta, pentagonal, con torres circulares en sus ángulos y con orejones, almenado acondicionado para la artillería, y una potente torre del homenaje, fuerte y altiva, en forma semicircular.
En fin un cuartel para la milicia del rey, porque nunca fue residencia real. Estas obras se habían iniciaron, y tras la muerte de Isabel, fueron finalizadas por Fernando, desde 1504-1517 en diversas campañas.
Y sirvió de cuartel, de cárcel del Rey y poco a poco abandonado hasta convertirse en una ruina con grandes muros descarnados, y fue cementerio durante el siglo XIX. Hubo de llegar la obra de mediado el s. XX para rescatarlo del olvido y de la ruina y lo convirtió en un gran silo para albergar los cereales de Castilla, después de pasar al Ministerio de Agricultura.
Destino que también ha abandonado. Y nuevas reformas que durante años y grandes inversiones lo devolvieron a un aspecto más original, se dedicó a otros fines, reuniones de trabajo, culturales y turísticos, tras fortalecer sus cimientos y recuperar viejos muros ocultos en una restauración concienzuda.
Baste decir que en esos apenas dos años en que ha permanecido abierto ha recibido miles de visitantes. Después cerró de nuevo para nuevas obras y para recuperar sus entrañas de los silos para un nuevo museo que sumar al magnífico museo del cereal.
Pero son una pena los daños que ocasionan en sus muros las humedades, que están siendo tratadas nuevamente con piedra de Caleruega, que es la más similar a la nuestra, ya que nuestras canteras están agotadas desde antiguo. Y nuevos drenajes para intentar evitar el origen de esas humedades.
Parece que pronto será abierto de nuevo, los visitantes lo esperan, y se está adecentando su entorno y limpiando el foso que apareció en las excavaciones arqueológicas que descubrieron el baluarte artillero del s. XVI y la otra torre semicircular situada delante de la del homenaje. Es una pena advertir que muchos sillares de la piedra de caliza de nuestro terreno, están siendo atacados por el mal de la piedra, es muy blanda y se deteriora descarnando sus muros…
Pronto podremos admirar desde las almenas de la gran Torre del Homenaje, la visión de de un paisaje interminable apenas interrumpidos por alguna ondulación en el terreno mesetario, como Cantazorras, esas lomas calcáreas que fueron canteras de nuestra piedra, la del castillo, y que también nos remiten a un asentamiento prehistórico.