EL CUARTETO DE LA LIBERTAD Y EL PROGRESO
Nov 10 2014

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Joaquín Carrillo Martínez (1905-1962).
Joaquín Carrillo Martínez (1905-1962).

Los hermanos Dámaso, Blas José, Dorotea Isabel y Joaquín Carrillo Benavente tuvieron cuatro hijos varones en un intervalo de pocos meses. Los cuatro primos hermanos que se llamaban, por orden de nacimiento Joaquín Gregorio, hijo de Joaquín y Clarisa; Gabriel Miguel, hijo de Dámaso e Inés; José María, hijo de Dorotea y Tomás y, Blas Manuel, hijo de Blas José y Dolores. Todos nacieron en Ulea entre los años 1905 y 1906. Fueron inscritos en el Registro Civil de Ulea y bautizados en la parroquia de San Bartolomé, de dicho pueblo, por el sacerdote D. Juan Antonio Cerezo Ortín.

Gabriel Carrillo López (1905-1975).
Gabriel Carrillo López (1905-1975).

En los albores del siglo XX las condiciones socio-sanitarias y escolares eran muy deficientes. Todos ellos perdieron a varios hermanos, recién nacidos o de corta edad. Por suerte sobrevivieron a los procesos epidémicos que “atacaban” sin piedad.

Los cuatro fueron a las mismas escuelas, y formaban “pandilla”: eran primos hermanos y “la unión era cuestión de honor”. Como la escuela era unitaria, compartían aula con los niños de su edad que se diferenciaban no más de tres o cuatro años.

Compartían aula, recreos y juegos con uleanos como Joaquín Moreno, Antonio López Garro, Jesualdo Cascales Valiente, Joaquín González “Cañero”, José María Vargas, Pepe y Andrés de Raimundo, Isaías Garro, Damián Abellán, Gregorio Tomás, Joaquín y Pepe Cascáles Pérez, Luis y José Antonio “Los Mancos” y algunos otros con un poco más de diferencia de edad.

Las necesidades de sus casas eran distintas y pocos tuvieron la suerte de acabar su etapa de escolarización, por lo que el grado de formación fue dispar.

José Mreno Carrillo (1905-1969).
José Mreno Carrillo (1905-1969).

Cada uno eligió el camino que pudo; nunca el que hubiera deseado, aunque no por falta de ilusión; inquietudes no les faltaba a ninguno.

En el pueblo siguieron los cuatro primos trabajando en la huerta o en la repoblación forestal o trabajando el esparto. Al mismo tiempo, los cuatro, daban clases, con un “maestro idóneo”, por las noches; cuando regresaban del trabajo. Tenían que aprender bien a leer, escribir y las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. Alguno, como Gabriel se había trazado unas metas más altas y no regateaba esfuerzos para conseguirlas. Los otros tres, “espoleados”, le seguían y formaron un cuarteto culto, trabajador, humano, de gran sensibilidad ciudadana en la que el respeto a los demás era cuestión prioritaria.

Blas Carrillo Moreno (1906-1951).
Blas Carrillo Moreno (1906-1951).

Este cuarteto se reunía periódicamente en casa de sus padres; Dámaso, Blas, Dorotea o Joaquín, pero éstos estaban un poco mosqueados hasta el punto de que les prohibieron esas reuniones “porque no sabían lo que tramaban en ellas”. Decidieron hacerlas en el corral de Joaquín y alguna vez en el de Dámaso. Al poco tiempo les sorprendieron y tras pedirles que les explicaran lo que pretendían, Gabriel y José les respondieron un tanto nerviosos:

– Hablamos de las mozas de Ulea, del panorama laboral del pueblo tan incierto; en una palabra de nuestro futuro. Los mayores agacharon la cabeza, se quitaron el sombrero- y Dorotea su pañuelo- y rascándose la cabeza les siguieron escuchando. El planteamiento general era de salir del pueblo tan pronto acabaran sus obligaciones militares. Al acabar la mili me voy a Murcia a trabajar, decía Gabriel. Joaquín, el más negociante decía que quería montar una fábrica de Muebles, José soñaba con ser administrador de fincas, las propias y las de un tío suyo y Blas quería hacerse solidario con los trabajadores y soñaba con modernizar la agricultura y emplear a muchos obreros de Ulea que pudieran vivir en el pueblo, sin necesidad de emigrar. Los cuatro eran grandes pensadores, de ideologías distintas pero con un respeto exquisito. Seguían reuniéndose y ellos mismos se autodenominaron “El cuarteto de la libertad y el progreso”.

Al acabar “la mili” surgió la deseada diáspora y emprendieron el camino que se habían trazado años atrás. La suerte fue diversa pues los tiempos no eran propicios, ni a nivel ideológico ni económico. La situación laboral era inestable, tendiendo al desempleo. Sin embargo, seguían reuniéndose. Un par de veces al año iban a Murcia a reunirse con su primo Gabriel. Lo hacían en la cafetería de la calle Vinadel, que después se llamó “El Alcázar” y pasaban el día poniéndose al corriente de su situación laboral y afectiva. También se informaban de cuánto “se voceaba” por los mentideros de la ciudad y del pueblo. Cuando el día comenzaba sus claroscuros, regresaban a Ulea. Como apenas tenían dinero se subían a la baca del coche de línea, que valía más barato el billete; y proseguían comentando la tertulia que habían mantenido. Como los tres se habían llevado un bocadillo- su economía no daba para mucho más-, José evocaba lo bien que le habían sentado su bocadillo de tortilla y lo que su madre, Dorotea, le había echado en una fiambrera. Como el padre de Blas tenía una tienda de ultramarinos aportó un morcón y un trozo de salchichón. Joaquín contribuyó con unos huevos duros y un trozo de tocino. Gabriel comió con ellos en el malecón y aportó pan, fruta y bebida.

Siempre que se comentaban sus reuniones terminaban diciendo que para ellos era una gran fiesta: “La fiesta del encuentro”; “la fiesta de la ilusión”; “la fiesta de la esperanza”.

Gabriel iba más veces a Ulea pues allí estaban sus padres y sus hermanos. Concertaban sus reuniones y hacían una orden del día que cumplían escrupulosamente, empezando por la situación personal y laboral de cada uno y siguiendo con la problemática social, a nivel local y general, así como las perspectivas a corto y medio plazo. El horizonte se atisbaba con intensos nubarrones: la situación auspiciaba un futuro incierto.

Los padres de Gabriel, Dámaso e Inés, se quejaban de que su hijo que venía a Ulea, de tarde en tarde, apenas le veían ya que siempre estaba con sus primos. Su madre le decía: ¿qué tendréis que contaros? Muchas cosas madre, muchas cosas; le respondía con una leve sonrisa.

Los avatares de cada uno, así como sus proyectos de futuro, siempre estaban sobre la mesa, pero, sobre todo se habían juramentado que los cuatro estarían hombro con hombro ante cualquier circunstancia que afectara a cualquiera de ellos; fuera de la envergadura que fuera. Allí estarían todos a una.

La desazón del momento hizo que los presagios más negativos se cumplieran. Desgraciadamente desembocó en una contienda fratricida en la que todos los españoles salieron malparados. La suerte de cada miembro del cuarteto fue dispar. Como pertenecían a “la quinta del saco” uno fue militarizado, otro represaliado, otro detenido y otro que se buscaba “para darle el paseíllo”, huyó a paradero desconocido, no sabiendo nada de él durante nueve meses. Ya le daban por desaparecido.

Por suerte para los cuatro, al final de la contienda, se produjo el reencuentro. No hubo que lamentar ninguna baja, si bien dos fueron encarcelados, uno sufrió las consecuencias del vandalismo y vio como habían destruido su fábrica de muebles y, le habían dejado arruinado. El cuarto tuvo más suerte ya que era más afín al bando ganador.

Cuando se reunían, ahora de forma clandestina, siguieron con la máxima que se habían prometido cuando eran pequeños: Ayuda y respeto. Aunque la suerte fue dispar; nadie ganó. Dejó heridas sin cicatrizar durante muchos años.

El saludo entre ellos era un fuerte abrazo y se les llenaba la boca cuando se dirigían al resto del cuarteto, diciéndose “primo”…, primo, ¿qué te cuentas…?

Todos habían formado una familia, con mayor o menor éxito, pero con un denominador común; la honradez y el respeto.

Seguían reuniéndose en Ulea o en Murcia, según acordaban, pero ya no dependían de ellos porque todos tenían mujer e hijos y sus obligaciones les dejaba menos tiempo libre. Aun así, como los medios de comunicación habían mejorado estaban al corriente. La cafetería “el Alcázar” seguía siendo su lugar de reunión en Murcia y en Ulea la casa preferida, que reunía las mejores condiciones, era la de Blas.

José era el correo de los cuatro, pues era el que más viajaba a Murcia, y ponía al corriente de todo cuanto ocurría por Ulea y a los uleanos.

Los años iban pasando y “las secuelas de las desventuras”, hicieron mella en la salud de estos cuatro trabajadores que seguían, anteponiendo el bien de los demás al propio. Pronto empezaron a enfermar de manera inquietante. Paradójicamente los cuatro padecieron enfermedades cardíacas. Blas falleció a los 45 años, Joaquín a los 57, José a los 64 y Gabriel a punto de cumplir los 70. Todos, como digo con anterioridad, enfermos del corazón. Las causas pueden deberse a los despiadados sobresaltos de la época en que les había tocado vivir. De todas formas había un componente genético importante. Creo, desde mi perspectiva, que ambos factores se sumaron.

A pesar de que su corazón era débil y les afectaban los contratiempos, “los cuatro formaron una verdadera orquesta”. Nadie podía impedirles que su sinfonía sonara a los cuatro vientos; con aires de libertad y mensajes de orden y respeto.

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