EL LOBO QUE SE COMIÓ A LA OVEJA
Oct 11 2013

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

El lobo que se comio a la oveja229

Al acercarse el mes de octubre y elevar los ojos al cielo, siempre esperamos que esos oscuros nubarrones amenazadores de tormenta no sean protagonista, como en tantas ocasiones, de un aumento del nivel de las aguas del Río Segura. Se aguarda que las festividades de Santa Teresa y San Calixto, no vuelvan a coincidir con una riada, al igual que otras del santoral del calendario de octubre, como las de San Eduardo, Santa Eduvigis, San Severino, San Crisanto o San Quintín, no bauticen a la inundación, si coincide con su fecha el desbordamiento de las aguas, como en aquellos años pasados, en que los huertanos haciendo sonar grandes caracolas anunciaban de barraca en barraca, el aumento de las aguas, a fin de ponerse a salvo.

El río, en Orihuela, ese lobo que se comió a la oveja muchas veces, tal como profetizó el valenciano Vicente Ferrer, ha tenido un papel como primera figura en el drama en el que la riada formaba parte del argumento. De igual manera, aunque no vaticinado por el santo dominico, han existido y existen en nuestra ciudad muchos lobos, no solo de aquellos que se cazaban en siglos pasados en los campos del término oriolano y por cuya matanza eran premiados los vecinos, sino de otros humanos de esa especie de mamíferos placentarios del orden de los carnívoros que, aunque disfrazados con piel de cordero, han devorado y engullen, y siguen devorando a los pobres vecinos, por el sistema de asfixia y del engaño negándolo todo.

Pero, bueno, siguiendo en lo nuestro; hablemos del río, que el pasado verano era motivo de titulares periodísticos como aquél que apareció en este mismo diario: «Las nutrias llegan a Orihuela», como si de una troupe circense se tratara o de un ejército aguerrido que intentara conquistar la ciudad procedente de la vecina Murcia. Esta especie catalogada como en peligro de extinción, había desaparecido de las márgenes del río en nuestra zona, desde la segunda mitad del siglo pasado. La `lutra lutra´ de la familia de las `mustelidae´, son aseadas de por sí, buscan aguas transparentes, crían en el borde de las mismas utilizando oquedades naturales para cobijar a sus descendientes pero, proporcionado un fetor desagradable. Con lo cual, no sufran que, cuando el Segura huele mal a su paso por la ciudad, no debe culparse aún a las nutrias en fase de reproducción. Dentro del equilibrio de las especies, su alimentación no resulta muy remilgada, pues sus banquetes son a base de peces (pocos hay, casi ninguno), ratas de agua, ranas (también quedan pocas de aquellas sabrosas que vendía el ranero en la plaza, y cuyo guiso era recomendado por los galenos para las parturientas y para los enfermos que habían contraído el aliacán), gusanos, culebras y anguilas.

Sin embargo las nutrias en nuestros lares, debieron de disfrutar culinariamente de estas últimas en tiempos pasados, eso sí, siendo precavidas. Pues, tal como describe el historiador Francisco Martínez Paterna, en 1632, entre los habitantes acuáticos del Segura, existían anguilas del tamaño del brazo de un hombre, alcanzando algunas de ellas de «siete a ocho libras de peso, de diez y ocho onzas». Sin embargo, dicho autor aseveraba que no eran muy sanas, por alimentarse de cieno y `guzarapas´ del agua y porque engendraban «mala sangre». Seguro que todas estas dificultades no sería óbice para que las nutrias, si podían atraparlas se alimentarían con ellas. Era la época en que las aguas del Segura eran «muy dulces e incorruptibles» y regaban una fertilísima huerta de 150.852 partidas o tahúllas, tal como las denominamos en esta tierra, y que con anterioridad el moro Rasis había anotado que «el Segura era para Orihuela lo que el río de Palestina para la Tierra de Provisión». E incluso, con mucho chauvinismo o con ansias de mirarse el ombligo, hubo autores antiguos que con el afán de ensalzarlo lo comparaban con el Nilo, algo exagerado como pueden constatar aquellos que han guiado sus pasos por la tierra de las pirámides. De igual manera que, el agustino nacido en Orihuela, Francisco Gregorio Arques, en 1617, haciendo suya la cita de un clásico, indicaba que «Geo Cornelio Escipión se paseó con setenta navíos de alto bordo, gozando de su hermosa ribera, quando quemó y saqueó a Guardamar». Aunque bélica, sería una bonita excursión apreciando el paisaje decorado por olmos, álamos, chopos, fresnos, sauces, mimbres, palmeras y cañaverales, hoy por desgracia inexistentes.

Qué lejos está este Río Segura de hoy, de aquél que conocieron y disfrutaron los oriolanos de siglos pasados. Qué distante de aquel paisaje con barcas y pescadores en las orillas, y de aquellas playas naturales que se formaban en los meandros, en los que se bañaban los niños y en las que, de vez en vez, se producían algunas desgracias.

Qué distante está ese lobo que se comió tantas veces a la oveja, y qué cerca de aquellos humanos a modo de mamíferos placentarios del orden de los carnívoros, que nos devoran despiadadamente un día y otro día, un año tras otro año. Encomendémonos a Santa Rita, abogada de lo imposible, para que esto último no ocurra más; pues Santa Teresa y San Calixto, junto a San Lucas, San Hilario, San Lucio, San Narciso y Santa Laura, que están en el santoral del mes de octubre, ya pondrán de su parte para que el río respete a la poca huerta que nos queda.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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