POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Un navegante rico, con ganas de actividades que justifiquen un viaje en barco, quiso hacerme partícipe de su proyecto: hermanar el Cantábrico con el mar de Marte. Compró las jarcias para el balandro, el balandro, butano, arroz con pitu, escafandra, calzoncillos de neopreno, e investigó acerca de la relación estrechísima entre ambas aguas, a pesar de los 225 millones de kilómetros que nos separan. Quería contar con mi saber hacer, que alabó grandemente, para que pasara a limpio sus pesquisas, fuera su comunicador; le hablé de mis emolumentos, me miró como a un marciano y me dijo que me compensaba con el prestigio de figurar. “Pero el prestigio es mío”, le dije. “Yo te voy a dar más”, añadió. “¿No valgo tanto como el fontanero, el calafateador…?”. No, no lo valgo. Y no hubo acuerdo; nos separan 225 millones de kilómetros. O una pizca de amor propio.
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