LO QUE CUESTA MORIRSE
Abr 24 2015

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

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Claustro convento de la Trinidad. Colección A.L.Galiano

No se si en alguna ocasión se han visto en la tesitura de tener que decidir por todo aquello que rodea la inhumación de un cadáver. Puedo asegurarle que es de las situaciones más grotescas, algunas veces, que pueden suceder. En un momento en el que los familiares del difunto están sumidos en el dolor, el funerario, cumpliendo con su obligación, intenta vender su producto. Así nos encontramos con hechos tales como lo que a mí me han sucedido dos o tres veces, en que el funcionario de turno te ofrece un féretro o arca funeraria diciéndote que ésta es más cómoda que otra, porque lleva más mullida la almohada. Y yo me pregunto si el muerto se va a sentir más o menos cómodo dentro del ataúd.

De igual forma, cuando no se dispone de nicho para el enterramiento te ofrecen uno más alto porque da más el sol o está mejor ventilado que ese otro que está en planta baja, que cuando te descuides te quitan las flores y se las ponen a otro, como si al difunto le gustase estar más o menos al sol que a la sombra. Yo lo tengo previsto, y son muchos años los que llevo pagando ‘los muertos’. Así que para mis deudos, en el momento que me llegue el asunto: caja y nicho los que cubra la póliza, y si quieren, que quiten las dos coronas de esas que van rotuladas con un sentido «no te olvidan».

Lo importante es tenerlo todo previsto para que luego no haya sorpresas. Para ello nuestros antepasados eran mucho más precavidos. De manera que para el entierro en una capilla de una iglesia, no era suficiente con el acuerdo verbal entre el interesado y el administrador del lugar donde se deseaba ser soterrado, pues se solía llevar el acuerdo ante notario aunque con anterioridad se hubiera llevado a cabo de manera verbal, e incluso se hubieran realizado algunas obras para acondicionamiento del sepulcro. Un ejemplo de ello lo encontramos en el familiar del Santo Oficio de Murcia, Francisco Rodríguez Vilato, vecino de Orihuela, el cual formalizaba notarialmente el último día del año 1762 ante Juan Ramón de Rufete, escribano público del número y Juzgado de dicha ciudad y secretario de su Universidad; el acuerdo de patronato y enterramiento para él y sus herederos y descendientes en una de las capillas de la iglesia del convento de la Santísima Trinidad. Para ello le había sido otorgado dicho patronato por autorización del ministro provincial superior de los trinitarios, fray Antonio Puig, por medio de escrito dado en el convento de San Felipe el 8 de septiembre de 1761. En aquel momento la capilla en cuestión estaba bajo la advocación de Santa Lucía, y al ser concedido dicho patronato pasó a denominarse de San Cristóbal.

Estaba en el lado de la Epístola del altar mayor, siendo la primera a la entrada de la iglesia, al costado de la de Nuestra Señora de los Remedios. Al hacerse cargo de la misma Cristóbal Rodríguez tomó a su cargo el adorno y la pavimentación, mandando fabricar un retablo y abrir el «vaso» para su enterramiento. La Comunidad trinitaria oriolana esperaba que «execute otras cosas para el mejor lucimiento y culto divino de la misma». Pero ante el hecho de que en lo sucesivo no pudiera cumplir «algunos dubios de no formalizarlo», era preciso llevar a cabo la confirmación del patronato mediante escritura pública.

En el acto notarial, además de formalizarse todo estos extremos y de reconocer todo lo ejecutado hasta dicha fecha, se estableció que, en adelante, el patrono tendría la obligación de facilitar cera anual y perpetuamente en la víspera del día de las almas, en aquellas horas que la Comunidad estableciera. Asimismo, cuando se efectuase alguna inhumación se deberían abonar a los trinitarios los derechos que les correspondiese por su asistencia, excepto el de sepultura. De esta manera le era reconocido el patronato y derecho de sepultura a Cristóbal Rodríguez, firmándose ante el citado notario, estando presentes veinte religiosos profesos, los cuales habían sido convocados como era de costumbre «a son de campana», en la celda «ministral», en la que ordinariamente se celebraban las juntas para resolver los asuntos del convento.

Por lo trinitarios firmaron los seis religiosos más antiguos (fray Vicente Ferrando, ministro; fray Vicente Mengual, vicario; fray Cristóbal Tarazona, fray Joseph Silverio Cabrera, fray Gaspar Carrillo y fray Francisco Monzón). Firmaron y actuaron de testigos Pedro García, Joachin Navarro y Francisco Mut, «estudiantes philosofos de Orihuela».

En un principio se me planteó la duda si el patrono o alguno de sus herederos o descendientes fue enterrado en dicho lugar. Pero esto me fue clarificado gracias a Josep Montesinos Pérez Martínez de Orumbella, el cual al tratar sobre la iglesia del Convento de la Trinidad en su ‘Compendio Histórico Oriolano’, refiere que en dicha capilla existía un retablo de madera sin dorar, fabricado por el escultor Francisco Torres, dedicado al ‘Glorioso Gigante Cananeo San Cristóbal’, en el que había un lienzo «que no dice lo majestuoso del retablo». Asimismo habla del fundador y de que, en esos momentos, era patrono Andrés Rodríguez, abogado de los Reales Consejos, y que en la lápida allí existente se indicaba: «D.O.M. Sepulcro de Dn. Cristóval Rodríguez de Salameda y Bilató, familiar del Sto. Oficio de Murcia y sus herederos».

Lo cierto es que, así quedaba todo aclarado y a los deudos le quedaba únicamente la tranquilidad de heredar el patronato. Por mi parte, creo que con el contrato hecho con la empresa de ‘los muertos’, a los míos se les evitará el mal momento de tener que decidir si me tienen que meter en una caja más o menos confortable y ponerme al sol o a la sombra.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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