LA OBRA FIRMADA POR LA CRONISTA OFICIAL DE LEÓN, MARGARITA TORRES SEVILLA, Y JOSÉ MIGUEL ORTEGA DEL RÍO CONSTITUYE UNA INVESTIGACIÓN IRREPROCHABLE DESDE EL PUNTO DE VISTA ACADÉMICO
El tema abordado por un libro de reciente aparición en el catálogo de Reino de Cordelia –la identificación y presente ubicación del Cáliz de la Última Cena, conocido por muchos como el Santo Grial- puede, de entrada y no sin motivos, antojarse en extremo fantasioso a muchos, más lo cierto es que la obra firmada por la cronista oficial de León, Margarita Torres Sevilla y José Miguel Ortega del Río constituye una investigación irreprochable desde el punto de vista académico y presenta una hipótesis muy plausible, a fuer de sostenida sobre documentos de más que aparente fiabilidad.
Los Reyes del Grial recurre a la tecla de rebobinado y rastrea en el pretérito hasta dar con la primera mención conocida de la copa en una pequeña guía de Jerusalén del año 400, conocida como Breviarius A, e invierte después el sentido de la búsqueda para retornar al hoy y desvelarnos la existencia de unos pergaminos todavía conservados en la Universidad de Al Azhar, en El Cairo, y a tenor de los cuales el Cáliz fue entregado en 1055 por el Califa Al Mustansir al Emir de la taifa de Denia, quien a su vez lo obsequió al Rey Fernando de León. El Cáliz de Jesús sería, pues, el conocido a día de hoy como Cáliz de Doña Urraca, custodiado desde hace siglos en León en la Catedral de San Isidoro, cuya construcción dio comienzo por aquellos días… Y la Familia Real de León habría sido la fuente de inspiración de Chrétien de Troyes, Robert de Boron y demás escritores de la época para construir los perfiles de los personajes inmortalizados en las novelas griálicas.
Desde luego, si creemos a René Guénon y, tras él, a Pierre Ponsoye y admitimos la existencia de una influencia fundamentalmente islámica en la génesis de las leyendas integrantes del ciclo griálico, debiera sorprender en escasa medida que ahora, mil años después, este revivalismo del género –y pido disculpas por la trivialización implícita en la expresión- proceda también de la más prestigiosa institución académica del mundo musulmán. Por otro lado, debe recordarse que el corpus de textos concernientes al Grial, si bien conocido como La Materia de Bretaña, ha estado siempre muy ligado a la Península Ibérica. En este sentido, sería interesante poner en relación las aportaciones de este libro con las apreciaciones hechas en el suyo por Luis Miguel Martínez Otero (El Grial en Montserrat, publicado hace algunos años por Obelisco) a cuento de los frescos de San Clemente de Taüll y que le llevarían a identificar a Perceval con un caballero que existió realmente, primo de Alfonso El Batallador. Y bueno, también pensamos en el Grial hace no mucho leyendo Un tiempo para callar (Elba), de Patrick Leigh-Fermor, quien entre combates en el Egeo y estancias entre cartujos vivió una existencia casi de caballero andante y, al referir que “los cistercienses se encuentran bajo la especial protección de la Virgen María y le dedican un oficio inexistente en la liturgia de otras órdenes monásticas”, no puede sino despertar en nuestra memoria las alusiones a esa enigmática Misa de la Santa Madre de Dios a que tantas referencias encontramos en las novelas del ciclo artúrico.
Ahí queda, sí, el otro Cáliz en discordia, el venerado hoy en la Catedral de Valencia tras su custodia durante siglos en el monasterio de San Juan de la Peña, mausoleo de la Casa Real de Aragón, y sobre el que hacen también Torres Sevilla y Ortega del Río consideraciones de sumo interés que no vamos a comentar aquí, pues pocos modos existen de hacer la puñeta a un lector peores que el de desvelarle antes de que abra las páginas de un libro los pormenores de su trama. Nada más lejos de nuestra intención que privar a nadie del veraniego placer de descubrir por sí mismo cuanto este dúo de investigadores desgrana poco a poco en su estudio, que leímos –sin premeditación ni alevosía- justo en Jueves Santo, día precisamente de la Última Cena y tan importante desde el punto de vista simbólico en las novelas del Grial. Es en Jueves Santo cuando es tradición, en la Corte del Rey Arturo, que no sea servida la cena hasta que no haya tenido lugar, antes, una prodigiosa aventura o milagroso acontecer.
Buen provecho, lectores.
Fuente: http://culturatransversal.wordpress.com/<(a>- Joaquín Albaicín