
RECUERDA EL CRONISTA OFICIAL DE BURGOS, VICENTE RUIZ DE MENCÍA, QUE LA ZONA DEL NORTE DE LA PROVINCIA HABÍA SIDO SOMETIDA DESDE COMIENZOS DEL SIGLO XX A NUMEROSOS SONDEOS, CERCA DE UN CENTENAR HASTA 1964



Quienes han compartido afanes conservan un vínculo especial. Es un código no escrito que puede descifrarse en miradas, gestos, silencios. Testigos de excepción -en primera línea- de un acontecimiento histórico que trascendió los límites provinciales y aun nacionales, el periodista y cronista oficial de Burgos Vicente Ruiz de Mencía y el fotógrafo Federico Vélez se reúnen cincuenta años después de la fenomenal noticia que puso todos los focos informativos en el agreste páramo burgalés de la Lora, telúrico emplazamiento en el que, una tarde de junio, brotó el petróleo con toda la fuerza del mundo hacia el cielo de Castilla. En torno a un café y a un té los veteranos reporteros evocan sin nostalgia aquel acontecimiento, uno de los más importantes de su dilatada y exitosa trayectoria profesional.
Cuando no había más que un teléfono en los pueblos (si lo había), no existía el fax e internet era una entelequia, el periodismo sólo podía ejercerse a pie de calle, alerta siempre, husmeando aquí y allá como sabuesos hambrientos, haciendo guardias interminables, alimentándose, las más de las veces, de café y nicotina. Sólo café y nicotina. Vicente y Fede son dos enciclopedias: citan de memoria hechos y anécdotas de aquella década fundamental para Burgos, nombres de ministros, obispos o ingenieros de la época, pero también de compañeros, bedeles, taxistas, camareros, esa fauna que los nutría de chivatazos que luego eran noticia.
No revelan sus fuentes, claro.Pero el 6 de junio de 1964, poco más de dos horas después de que el pozo número uno de Ayoluengo escupiera un géiser de petróleo, ellos llegaron allí (Vicente y Fede padre; el hijo lo hizo en los días siguientes. También llegaron el primer día Juanjo Calleja yel fotógrafo Eliseo Villafranca padre). «Hay algo que no se conoce o que se conoce poco, y es que lo que salió, se les escapó. Fue un descuido», dice Fede. «Ese chorro cambió radicalmente la política informativa, hasta entonces muy hermética.Se sabía que estaban haciendo pruebas, pero nada más», apostilla Vicente. Claro que, subraya el ex director de Diario de Burgos, entonces redactor de La Voz de Castilla, «quienes allí trabajaban ya sabían que había petróleo». No en vano, recuerda Ruiz de Mencía, esa zona del norte de la provincia había sido sometida desde comienzos del siglo XX a numerosos sondeos, cerca de un centenar hasta 1964. Que el primero se había hecho en Huidobro en 1900 y que en 1927 ya se había extraído petróleo -aunque no trascendiera- en Robredo de Ahedo.
Jamás olvidarán aquel día ni los que siguieron -las noticias a partir del hallazgo se sucedieron durante los meses siguientes casi diariamente-. «Recuerdo el enorme revuelo que había, el denso olor a petróleo que inundaba el aire y dos imágenes imborrables: la del cereal cubierto de negro y la del párroco de Sargentes de la Lora, con su sotana negra, santiguándose con petróleo. Recuerdo el entusiasmo, la euforia y aquella alegría que se vivían en el pueblo y en la única taberna, que pasó de ser la típica taberna castellana a un bar de Texas. La nube de periodistas que en los días sucesivos llegaron allí fue increíble. Había, a la vez, un gran nerviosismo, porque la noticia iba a obligar al Gobierno a cambiar de táctica informativa. A partir de entonces, prácticamente en cada Consejo de Ministros se hacía alusión al petróleo de Burgos, ratificando y dando enorme importancia al hallazgo».
Fede (y también su padre) fue la sombra de Calleja -periodista de Diario de Burgos que siguió la noticia «y quizás el mejor de todos», en palabras de Ruiz de Mencía-. Y la cobertura del descubrimiento de petróleo, su bautismo de fuego en el periodismo. «Me hice periodista allí. Fue muy duro.Las horas y horas que pasamos allí, los viajes, lo difícil que me resultaba llegar muy tarde a Burgos, ya de noche, y tener que revelar a toda velocidad mientras me urgían en el periódico», admite el fotógrafo. Gracias a las gestiones de Calleja tuvo la oportunidad de fotografiar muy de cerca las torres de perforación.Esas fotos forman parte de la memoria gráfica de esta tierra. «Ver negro el trigo me impresionó. Hasta los coches estaban salpicados», cuenta el reportero gráfico, que fue testigo de la visita de los entonces príncipes don Juan Carlos y doña Sofía y de cómo ésta se ensució el vestido con una salpicadura del pegajoso hidrocarburo. El fotógrafo recuerda también la «expectación» que se vivió en la ciudad: «La gente te paraba por la calle y te preguntaba cómo era, si se podía ir».
reflexión. «Aunque al final quedó en nada y fue bonito mientras duró, fue un hecho histórico. Junto a la concesión del Polo de Desarrollo, que también se produjo ese año, se puso fin a una época de letargo, de vida burgalesa provinciana, de resignación. Fue un revulsivo importantísimo», reconoce Ruiz de Mencía, que enumera los adjetivos con los que fue bautizado el hallazgo por el gobierno franquista: sensacional, fabuloso, prodigioso y liberador. «Liberador porque se creyó que sería la forma de liberar a la paramera burgalesa, a la provincia de Burgos y a España, en unos momentos en que el petróleo era ambicionado en todo el mundo y motivo de grandes crisis internacionales».
El tiempo demostró que no había cantidad ni calidad. Que el oro negro fue un sueño aunque llegaran a trabajar hasta 300 personas en los campos petrolíferos, de donde todavía, medio siglo después, sigue extrayéndose crudo. El perfil del páramo sigue marcado por los caballos de acero de los pozos, que picotean las entrañas de la tierra ajenos al paso del tiempo, como encapsulados por él, atrapados por una secular melancolía.
Fuente: http://www.diariodeburgos.es/ – R. Pérez Barredo