
POR MANUEL GONZÁLEZ RAMÍREZ, CRONISTA DE ZACATECAS (MÉXICO)
Simone Weil cuestionó radicalmente la noción de PROGRESO como un relato lineal y benévolo en su ensayo Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social.
Allí afirmó que «la idea de progreso es el cuento de hadas de los adultos; justifica cada crimen con la promesa de un futuro luminoso».
Para Weil, esta concepción, arraigada en la Ilustración y adoptada tanto por el capitalismo como por el socialismo de su época, servía como herramienta ideológica para legitimar la violencia y la explotación en el presente. Observaba cómo regímenes políticos y sistemas económicos invocaban un «mañana mejor» para excusar la opresión laboral, las guerras coloniales o la destrucción de comunidades en nombre del desarrollo.
En un contexto marcado por el auge de los totalitarismos en los años 1930, Weil denunció que esta fe en el PROGRESO, al igual que los mitos religiosos distorsionados, alienaba a las personas de su responsabilidad ética. Para ella, ningún fin trascendente —ni la utopía comunista, ni el crecimiento industrial— podía moralmente validar medios inhumanos.