POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
Llegan el mes de junio y el programa de las Fiestas de San Pedro, ese olvidado santo titular de nuestra iglesia arciprestal, cuya festividad cerraba de manera oficial el curso de la llamada Enseñanza Primaria de los seis a los catorce años. Para la enseñanza media o bachillerato el curso terminaba en el mes de mayo, ya que el día primero de junio, si no era domingo y hasta su desaparición con la reforma del ministro Villar se celebró siempre el examen de ingreso para comenzar el bachillerato o enseñanza media. Durante la primera quincena de junio se celebraban los exámenes de los alumnos de enseñanza libre, que se preparaban en academias o con profesores particulares.
Los cambios constantes llevados a cabo a lo largo de la segunda mitad del pasado siglo XX constituyeron una auténtica revolución tanto en la enseñanza primaria como en la media, hasta el punto de encontrarnos con alguna generación que comprendidas las dos etapas han sufrido media docena de cambios y adaptaciones con la consiguiente desorientación que ha llevado en determinados casos a una caída en picado de algunos alumnos.
Esto ha provocado un cierto desorden, hasta en el propio ambiente escolar, víctima de una situación y de unas circunstancias nada propicias.
El anecdotario en este campo es tan rico como triste y seguro estoy que, sin forzar demasiado la imaginación, podríamos llenar cientos de páginas con hechos, curiosidades y tal cantidad de peripecias que nos dejarían una imagen muy poco digna. Pero hoy lo que cuenta es el fin de curso, que debe consistir como principio en una gran fiesta que marque y deje recuerdos a la vez que sirva de estímulo.
A todo lo largo y ancho de la historia de la pedagogía podemos encontrar ejemplos de lo más variado, que hoy quedan totalmente incomprendidos ante el cambio brutal de formas, medios, material y técnicas.
Pero sin olvidarse nunca de ese pequeño santuario del saber que comienza en la cocina y continúa en el aula de la escuela.
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