MIGUEL HERNÁNDEZ VUELVE A JAÉN, PARA QUEDARSE
Dic 28 2013

POR ADELA TARIFA, CRONISTA OFICIAL DE CARBONEROS (JAÉN)

Miguel Hernández en Jaén.
Miguel Hernández en Jaén.

Han pasado muchos años desde que visité la casa- museo de Miguel Hernández en Orihuela. No la he olvidado. Y mira que si algo se olvida fácil es un museo de pueblo. Porque la casa de este poeta es en realidad una parcela de nuestra atormentada y errática historia. Sí, aquella casa, en la que se conserva hasta el ataúd en el que lo enterraron cuando lo mató la tuberculosis y la pena en la cárcel de Alicante, es una escuela para aprender historia. Lo que pasa es que en España las escuelas importan poco. No hay más que ver los resultados del último informe Pisa para imaginar lo que aquí importa que un muchacho que se ganaba la vida guardando cabras en tiempos de nuestros abuelos sea hoy un referente intelectual mundial. Lo que aquí importa es saber cuánto pagarían fuera por llevarse su archivo; y calcular a cuánto tocamos. Por la misma razón que importa un bledo que tengamos un patrimonio histórico- artístico colosal. De hecho, no hay dinero, ni siquiera en los emiratos árabes, para pagarlo. Pero habría muchos paisanos dispuestos a venderlo para conservar el cochazo que perdieron por culpa de la crisis. Así de pesimista soy al valorar lo que importa la cultura, o la ciencia, en esta España nuestra; un comino. Por eso nuestros cerebros emigran, y así nos va.

Miguel Hernández no fue a la universidad porque era pobre. O porque olía a pastor de cabras. Por eso a algunos intelectuales de la Generación del 27, los que iban de progres y republicanos de día, pero dormían en sábanas de seda por la noche, este poeta de provincias les pareció un paleto cuando aterrizó por Madrid en 1931. Por suerte otros con mejor olfato y sensibilidad, como “Ramón Sijé” o Aleixandre, por poner un ejemplo, le apoyaron. Porque no le miraban a las botas sino a los ojos. Eso cuentan que le respondió a un señoritingo de Baeza D. Antonio Machado, porque veía mal que un catedrático de Francés frecuentara el casino con pobre aliño indumentario. En todas partes cuecen habas. A lo que iba, que hoy toca recordar a Miguel Hernández.

Miguel Hernández era comunista, pero se enamoró de la hija de un Guardia Civil de Quesada, Josefina Manresa. Al padre de Josefina lo asesinaron en la guerra, en Elda, unos milicianos, compañeros de bando de su yerno y de su propio hijo. La madre se murió en seguida. La pena también mata. Miguel Hernández y Josefina pasaron en Jaén, bajo las bombas, su luna de miel. Ella de luto, él con uniforme militar, aunque era un militar que unas veces disparaba con fusil y otras con la pluma. Jamás se pudieron permitir una cena a base de langostinos y otras delicias gastronómicas. De esas que hoy ocupan las tertulias radiofónicas, con el tema del despilfarro del dinero publico en juergas, o trenes que no llegan a ninguna parte, en juegos olímpicos frustrados y en otras fantasías de nuevos ricos. Curiosamente este poeta-pastor, pobre como las ratas, dejó un legado cultural que no tiene precio a la misma España que lo mató de hambre y disgustos a los 31 años. Yo no creo que haya dinero para pagar lo que vale su obra, ni sé si es adecuado el que se ha pagado por su legado. Otros sí lo saben. Dicen que con lo que la Diputación ha pagado se habría creado tres mil empleos durante quince días. Lo he leído en el periódico. O sea, que este gasto es parecido a lo del “Plan E”: sacar del paro por unas horas a unos pocos. Pero no es lo mismo. Muchas de las chapuzas que se hicieron con ese plan ya se han caído, o estorban. Pero el legado documental de Miguel Hernández ni estorba, ni se va a desperdiciar, salvo que tuviéramos unos gestores más tontos que Abundio.

Los de Elche están que trinan porque su archivo esté aquí. Algunos políticos dicen que si M. H. estuviera vivo habría preferido dar de comer a la gente que preservar su legado. Yo digo que como está muerto, no se le podemos preguntar. Es cierto que en España hay hambre, pero esta hambre no es tan hambre como la de la cárcel donde murió el poeta oriolano, porque algo nos queda todavía de eso que llaman “estado de bienestar”; y porque tenemos a Cáritas y a la Cruz Roja. Creo que Josefina hubiera comido hoy algo más que cebolla para dar de mamar a su hijo, y que el niño había nacido en un hospital público decente. En eso sí hemos avanzado. En lo que no avanzamos en es lo de valorar la cultura, y en lo de dar estacazos al que gobierna, el que sea.

Una, que no es experta en poesía pero quiere a Jaén porque es su patria de adopción, se alegra de saber que Miguel Hernández ha vuelto para quedarse, ahora que no trae un fusil bajo el brazo. Que lo que trae son cartas y versos. Una está harta de que todo lo valioso tenga que estar custodiado fuera, porque se piensa que Jaén es como aquel poeta- cabrero de los años 30, la hermana pobre de la intelectualidad. Una pide que se ahorre en cosas inútiles; que se busquen vías para ayudar que los tres mil parados que no van a trabajar quince días al año por culpa de lo que se ha pagado por el legado de este poeta universal. Una hubiera estado dispuesta a contribuir con un donativo si se hubiera hecho una suscripción popular para que este legado no se vaya fuera. Y una está diciendo de nuevo lo que piensa, aunque sabe que lo que dice molesta unas veces a los comunistas, atrás a la derecha, y muchas a los del centro. Porque una es libre para opinar. Y opina que tras el pan nuestro de cada día y la salud, lo siguiente en prioridades es la cultura y la ciencia. Una también piensa, como mi papelera, que la pluma no se toma para hacer juegos florales.

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