POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Te afincaste con la familia de tu marido y con todos los uleanos que, con el devenir del tiempo, consideraste como parte de ti misma.
Los tiempos eran difíciles y seguías luchando para sobrevivir y ser un estímulo para los demás: y ¡seguías haciendo historia¡.Parecías una mujer frágil y atormentada y diste testimonio de ser una gran pensadora. El mal no existía, para ti; considerabas que errores garrafales eran pequeñas debilidades que con el tiempo se curaban. Dabas ejemplo con tu comportamiento y ¡seguías haciendo historia¡. Esa historia que se construye día a día y perdura más allá de nuestra propia existencia.
Por tu mente circulaban ideas que brillaban, con luz propia, como un meteorito; y las plasmabas en unas cuartillas. Iban dedicadas a La Vera Cruz de Ulea, a San Bartolomé, patrono del pueblo; a tus familiares ya fallecidos; a tu marido; a tus hijos y a todos los uleanos. También te inspirabas en la huerta, en esa tierra que tu marido cultivó sin regatear esfuerzos y en la que dejó la vida trabajando “de sol a sol” para sacarnos adelante, a los abuelos, a ti y a nosotros siete. Sí, siete hermanos, porque siete fueron los que engendraste y diste vida aquí, en Ulea. Y ¡seguías haciendo historia!
Pero la historia tuya, imbricada con la de Ulea, seguía adelante. Era una historia inacabada; como todas las historias. A pesar de las dificultades, Ulea; el pueblo que elegiste para vivir, y hacer historia, admiraba tu sencillez, tus principios y tu capacidad para encajar las contrariedades.
Quedaste viuda, al fallecer papá, prematuramente y, aunque pasaste un bache emocional importante, te erguiste y acabaste volviendo al camino que te habías trazado: escribiste un nuevo capítulo de tu vida y de la historia de Ulea.
Tus siete hijos eligieron una profesión que no podíamos ejercer en Ulea y tú, desde el pueblo coordinabas con todos nosotros y nos ponías al corriente de cuanto acaecía en nuestro pueblo. Y ¡seguías haciendo historia!
En tus años postreros escribías artículos, en los programas festeros, llenos de amor y ternura. Tus lectores, entre ellos nosotros, agradecíamos esos versos llenos de humanidad y de esperanza. Y ¡seguías haciendo historia!
Aunque cada vez tenías más años y todos trabajábamos fuera del pueblo, tú quisiste quedarte en Ulea; en este pueblo, tu pueblo, como pregonabas a los cuatro vientos. Aunque en silencio, seguías haciendo historia.
Rosalía y Josefa trabajaron contigo, pero más que trabajadoras eran tus amigas: tus confidentes. Ellas te ayudaban para compensar tus limitaciones y nosotros, los siete, acudíamos a estar contigo con tal frecuencia que nos decías, esbozando una sonrisa de satisfacción: ¡Ya estáis aquí, otra vez! A veces nos juntábamos todos, sin previo aviso, ¡como disfrutabas! Seguías haciendo historia, pues para todos tenías una sonrisa: para tus hijos y tus nietos, así como para cuantas personas se acercaban a charlar contigo.
Un día, sentada en tu mecedora, nos dijiste: Todo cuanto he escrito en mi vida, lo tengo en una bolsa, ¿me la queréis traer? Sí, está dentro del arca que era de vuestra abuela Clarisa, nos indicaste de forma decidida. Al traer los papeles observé que algunos estaban destintados y otros carcomidos. El paso del tiempo había sido inexorable con ellos, pues algunos tenían más de 60 años. Nos mirabas como si te diera vergüenza: con alegría y timidez. Muchos de ellos glosaban sobre efemérides de Ulea, confirmando que seguías haciendo historia.
Cuando los repasaste todos, alzaste la vista y esbozando una sonrisa y balbuceaste: Ahora, ¿Qué hago con estos escritos?. Aquí está escrita la historia de mi vida y la de Ulea, con sus uleanos, Seguiste haciendo historia, hasta el final de tus días.
Tuve la suerte de poder estar una temporada contigo y recopilé todos los escritos, ordenándolos por capítulos, como tú me indicabas. Te mostré como habían quedado clasificados y les diste el visto bueno. Ese fin de semana lo pasamos todos contigo, en Ulea, y te fundiste en un abrazo con quienes hemos sido los continuadores de tu obra.
A hurtadillas le decías a mis hermanos: ¿para qué querrá Joaquín ordenar mis escritos? ¿Qué quiere hacer con ellos? Había una complicidad entre todos y te sentías orgullosa de que así fuera. Como ya no podías escribir, los recitabas con el énfasis de una buena poetisa. Verdaderamente lo eras.
Ese paquete de cuartillas acabó siendo un libro de poesías que titulaste: «DESDE MI INTERIOR». Estoy convencido de que fue el idóneo. No se de qué parte salieron esos versos, pero sospecho que de tus entrañas.
Tuve la fortuna de prologar tu libro, y editarlo, y cuando le tuviste en tus manos, nos miraste, a todos, y unas lágrimas furtivas surcaron tus mejillas. Tu corazón latía de forma acelerada; pero era de alegría.
El día siguiente salió una reseña en el periódico regional en donde se hacían eco de que la uleana Encarnación Espinosa Hernández había editado un libro de poesías; que enaltecía los valores de Ulea….Y seguías haciendo historia
Pero unos meses después, el día 16 de agosto de 1990, el periódico “La Verdad de Murcia”, refleja la siguiente noticia: Encarnación Espinosa Hernández, ha fallecido. Ha terminado la vida en su casa, con los suyos y con los uleanos: como ella deseaba.
Aquí se acaba la historia de esta uleana de adopción, aunque su testimonio será una historia permanente para todos los uleanos.