POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ)
Una niña inquieta, esposa admirada, amante epistolar, periodista valiente, pensadora conservadora con voz de líder progresista, espía, rebelde, anciana amante de los gatos, todas estas facetas y más conviven en la compleja vida de Elena Garro. Autora multifacética, dramaturga, cuentista y novelista, a menudo fue recordada como la esposa del único mexicano galardonado con el Premio Nobel de Literatura.
La unión con Octavio Paz no alcanzó para apagar el odio que germinó entre ambos, aunque sí le permitió a Garro construir un universo literario donde apenas se vislumbra la niña que soñaba con ser bailarina o militar.
Su vida, en realidad, bien podría representarse como un mural habitado por las máscaras que adoptó o que le fueron impuestas: la periodista señalada como espía, la amante de cartas que mantuvo una relación con Adolfo Bioy Casares, la testigo de momentos históricos como su encuentro con Lee Harvey Oswald, la exiliada, la protectora de gatos…
Críticos y especialistas la consideran una de las voces más destacadas de la literatura mexicana. Su novela Los recuerdos del porvenir la posiciona como precursora del realismo mágico, mientras que cuentos como “La culpa es de los tlaxcaltecas” se reconocen como obras maestras. Su teatro, asimismo, ha sido valorado por su originalidad y fuerza expresiva.
Sin embargo, el reconocimiento de su talento estuvo ensombrecido por la fama de los escritores del boom latinoamericano: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa, entre otros. La vida de Elena, con todo su brillo y sus adversidades junto a su hija Helena, se recuerda con frecuencia bajo la etiqueta de ‘antagonista’.
Infancia y juventud
Elena Garro nació en Puebla en 1916, aunque ella misma sostenía que su nacimiento fue en 1920. Hija de José Garro, español y Esperanza Navarro, mexicana, su infancia estuvo marcada por la inestabilidad y la herencia de conflictos familiares, como el encarcelamiento de su tío Tranquilino Navarro, diputado constituyente, por su lealtad a Francisco I. A pesar de los conflictos familiares, Elena valoró la educación recibida en casa: el amor por la lectura, la música, la danza, los animales, el misticismo y el desdén por la riqueza material. Incluso se instruyó en táctica militar, estudiando a estrategas como Julio César y Clausewitz. La literatura la acompañó toda su vida, salvo por sus breves incursiones en la danza.
Elena y Octavio
A los veinte años, Elena se casó con Octavio Paz en 1937, una unión que combinaba belleza, inteligencia y afinidad literaria, pero marcada por diferencias irreconciliables. La relación fue desigual. Paz mostraba afecto y cercanía, mientras que ella adoptaba distancia y reserva. La escritura y los viajes al extranjero no lograron aplacar la tensión de un matrimonio que terminó en 1959, aunque sin un divorcio formal que extinguiera del todo el conflicto.
Durante este periodo, Elena comenzó a trabajar como periodista para sostener a la familia, al tiempo que su talento literario permanecía en segundo plano. Su relación con Paz estuvo plagada de críticas y restricciones, pero también de estímulos contradictorios, el Nobel la animaba a escribir, pero al mismo tiempo controlaba su trayectoria académica y personal.
Relación epistolar
Tras distanciarse de Paz, Garro entabló una intensa relación con Adolfo Bioy Casares, que se prolongó durante décadas a través de cartas, paseos y encuentros ocasionales en París y Nueva York. A pesar de la pasión compartida, las circunstancias derivaron en rupturas dolorosas, incluyendo el mandato de Paz para interrumpir un embarazo de Elena. La correspondencia entre Garro y Bioy se conserva como testimonio de un vínculo que sobrevivió a la distancia y al tiempo.
Compromiso social
Elena Garro se exilió tras la matanza de Tlatelolco en 1968, lo que marcó un quiebre en su vida personal y literaria. Su periodismo se caracterizó por la defensa de los campesinos y la crítica a la situación de la mujer, denunciando abusos y desigualdades con independencia y convicción.
Aunque en apariencia apoyaba la causa revolucionaria, Garro sostenía ideas conservadoras y admiraba la monarquía, mostrando desconfianza hacia los líderes populares y los movimientos revolucionarios, a quienes consideraba traidores y violentos.
Con sus múltiples facetas —la escritora, la periodista, la rebelde, la amante, la exiliada— Elena Garro dejó un legado literario y humano que desafía cualquier simplificación: una mujer capaz de transitar entre la luz y la sombra, entre la rebeldía y la introspección, con un talento que permanece vivo a cien años de su nacimiento.
Espía
Las críticas de Elena Garro al comunismo, su cercanía con políticos reformistas, sus cuestionamientos a las estructuras autoritarias del PRI y otras posturas provocaron que tanto la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) como la Dirección Federal de Seguridad (DFS) de México pusieran atención en ella.
En el Informe Warren, que documenta el asesinato del presidente John F. Kennedy en noviembre de 1963, se menciona un supuesto encuentro de la escritora con Lee Harvey Oswald, señalado como el autor del magnicidio. Este encuentro habría ocurrido en una fiesta en Ciudad de México semanas antes del fatal episodio en Dallas, Texas. Durante el movimiento estudiantil de 1968, la DFS, dirigida entonces por el capitán Fernando Gutiérrez Barrios —fallecido en 2000—, habría considerado a Garro una informante.
La Dirección Federal de Seguridad (DFS) fue la policía secreta del gobierno mexicano, operativa principalmente entre 1947 y 1985. Su función era la de un organismo de inteligencia y represión política: vigilaba a opositores, movimientos sociales, líderes estudiantiles y cualquier actividad percibida como una amenaza para el régimen. Durante su existencia, la DFS se relacionó estrechamente con agencias de inteligencia extranjeras, como la CIA, y tuvo fama de utilizar métodos de espionaje, seguimiento, amenazas, detenciones arbitrarias y tortura para controlar a disidentes y movimientos sociales. Se le atribuye un papel central en la vigilancia del movimiento estudiantil de 1968 y en la represión de otros grupos políticos y sociales considerados subversivos.
En el caso de Elena Garro, la DFS la documentó como informante durante el 68, aunque la veracidad de esos registros ha sido puesta en duda por historiadores y familiares, quienes sostienen que fue más víctima de intimidaciones y presiones que colaboradora voluntaria.
Documentos recuperados por medios como Proceso, citando un memo de la DFS en el Archivo General de la Nación, indican que la escritora habría proporcionado información sobre supuestos líderes de las manifestaciones estudiantiles. Su rol, según estos informes, no se limitaba a la colaboración: también se le atribuía la función de delatora.
El reporte, fechado 23 días después de la masacre, señalaba que Garro habría entregado datos sobre individuos como Bernardo Castro Villagrana y Agustín Hernández Navarro, así como pistas sobre el paradero de Heberto Castillo Ramírez, profesor y futuro dirigente de izquierda. Helena Paz desmintió estas versiones y aseguró que ella y su madre fueron víctimas de amenazas y presiones por parte de Gutiérrez Barrios. Según sus relatos, el capitán incluso se llevó a César del Ángel, líder de agricultores del sur del país. Entre los nombres que supuestamente Garro habría señalado se encontraban filósofos, escritores, cronistas y pintores de renombre, incluyendo a Luis Villoro, Leopoldo Zea, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis y Leonora Carrington.
O no espía
El periodista Rafael Cabrera sostiene que Garro no fue espía, sino una mujer cercana al régimen que terminó siendo utilizada. Investigadores varios coinciden en que el movimiento del 68 marcó un antes y un después en la vida de la autora de La casa junto al río.
Tras el exilio con su hija, pasó dos décadas en el extranjero, enfrentando dificultades económicas y personales, siempre conservando su capacidad de seducción y su empeño por abrirse camino hacia el perdón.
Regreso a México
Regresó a México en 1993, pero las acusaciones sobre su pasado continuaron. No obstante, la crítica empezaba a reconocer la relevancia de su obra. La sombra de su exmarido, Octavio Paz, y la suya misma marcaron sus vidas de manera paralela.
Paz temía incluso que Garro interfiriera en su nombramiento como miembro del Colegio Nacional en 1967. En una carta dirigida al poeta español Gimferrer Torrens en 1975, mencionó las intrigas de su exesposa y su hija, que continuaban persiguiéndolo a pesar de la distancia.
Mientras tanto, los problemas económicos de Garro y su hija durante el exilio fueron ignorados por la prensa y los biógrafos, quienes trataban con respeto a Paz y minimizaban a Garro. La escritora nunca logró desligarse del nombre de su exmarido, como ella misma reconoció en correspondencia con la chilena Gabriela Mora, admitiendo su necesidad de una figura masculina en su vida y la influencia de la muerte de su padre en su desarrollo emocional.
Regreso a Francia
A su regreso de Francia en 1993, Garro sufría de enfisema pulmonar y falleció el 22 de agosto de 1998 en Ciudad de México, a los 81 años, apenas unos meses después de la muerte de Octavio Paz.
Su hija Helena murió en Cuernavaca el 30 de marzo de 2014, a los 74 años y fue sepultada junto a su madre.
Gloria y fama
Enrique Krauze consideraba a Garro la escritora más poderosa y original del México del siglo XX hasta los años setenta. Numerosos especialistas la ubican como una de las voces más importantes de la literatura latinoamericana, lamentando su injusto desconocimiento.
La experiencia personal fue el motor de su obra: «Lo que no es vivencia es academia, tengo que escribir sobre mí misma», afirmó. Su novela Los recuerdos del porvenir refleja su infancia y juventud en Iguala, Guerrero. En Un hogar sólido, escribió impulsada por un sentimiento de desamparo juvenil, plasmando su búsqueda de un hogar y la inevitable resignación frente a la vida.
La presencia de un marido distante se percibe en obras como Inés y Testimonios sobre Mariana, donde la soledad y la vulnerabilidad de madre e hija son constantes. Garro construyó un nombre propio, aunque siempre bajo la sombra del prestigio de Octavio Paz.
El pasado presente
De niña, Garro mostró inclinación por las travesuras, llegando a incendiar la casa de una vecina y siendo enviada a un internado del que se fugó meses después. Desde joven exploró los absurdos de la vida y la tragedia humana, exploración que permeó toda su obra.
Su regreso a México, enferma y envejecida, la encontró aún en lucha con su pasado y con las adversidades que la habían marcado desde la juventud. Reconocía en su obra un propósito constante: la confrontación con Paz, un enemigo que definió su vida y su creación literaria.
A pesar de su conflicto personal con el autor de El mono gramático, Garro también recibió estímulo de otros grandes de la literatura, como Bioy Casares, quien la instó a escribir y reconoció la importancia de su voz. La publicación de Un hogar sólido consolidó su obra y dejó un legado que, pese a los obstáculos, mantiene viva su llama en la historia literaria mexicana.
Elena Garro y Octavio Paz: un matrimonio marcado por la fractura
Octavio Paz y Elena Garro forman una de las parejas más célebres —y al mismo tiempo más turbulentas— de la vida literaria mexicana del siglo XX. Ambos dejaron una huella profunda en la cultura nacional: él, como poeta y ensayista de proyección universal; ella, como narradora y dramaturga cuya obra fue reconocida con mayor fuerza solo después de años de silencios y desencuentros. Sin embargo, detrás del brillo literario se escondía una relación atravesada por tensiones, desencuentros y heridas imposibles de cerrar.
El origen de una unión controvertida está en1935, en los pasillos de la UNAM. Dos años después, el 24 de mayo de 1937, la joven estudiante de letras y danza fue conducida al juzgado civil por el propio Paz y algunos de sus amigos. Ese mismo día tenía ella un examen de latín y según su propio testimonio, lo último que esperaba era firmar un acta matrimonial. Garro relató en varias ocasiones que prácticamente fue sorprendida en su propia boda.
Este episodio, sin embargo, no está exento de debate. Documentos oficiales de la época muestran que días antes se había entregado una solicitud formal de matrimonio. Sea cual fuere la verdad, la versión de Garro refleja desde el inicio una sensación de engaño y coerción que marcaría la dinámica de su vida en común.
El matrimonio consolidó a Paz en su ascenso como poeta y crítico cultural, mientras que Garro quedó relegada a un segundo plano, en parte porque la figura de su esposo eclipsaba cualquier intento de brillar por sí misma. Aunque exploró el periodismo y la dramaturgia, ella misma reconocería años más tarde que le costaba asumir un lugar propio en medio de la figura dominante de Paz.
Durante los años de unión, las infidelidades de ambos añadieron más fisuras a la relación. Paz mantuvo un romance con la pintora italiana Bona Tibertelli de Pisis; Garro, por su parte, se vinculó con Adolfo Bioy Casares, con quien incluso se rumoreó un embarazo. Ninguno de estos vínculos prosperó, pero las heridas de la desconfianza y la distancia emocional eran ya irreversibles.
En 1959, tras veintidós años de matrimonio y una hija en común, Helena, la separación se hizo inevitable.
Epílogo de una pareja imposible
La ruptura no puso fin a los desencuentros. Garro, desde el exilio y más tarde en entrevistas y testimonios, nunca ocultó la dureza de su vida al lado de Paz, a quien responsabilizaba de haber sofocado su libertad personal y creativa. Reconocía que había tardado demasiado tiempo en aprender a decir “no” y que ese silencio la condenó a años de sometimiento.
Por su parte, Paz rara vez habló en público de su exesposa, aunque en cartas privadas dejó ver el resentimiento y la incomodidad que ella y su hija le provocaban. La sombra de ese matrimonio inconcluso los acompañó siempre, incluso después de alcanzada la gloria literaria. La historia de Paz y Garro no es solo la de dos escritores de marca mayor, sino también la de un vínculo marcado por el desequilibrio, la incomunicación y el dolor.
Mientras Paz alcanzó el reconocimiento mundial con el Premio Nobel en 1990, Garro cargó con el estigma de haber sido su esposa, lo que durante décadas opacó la recepción de su propia obra. Solo con el tiempo, la crítica ha sabido valorar la fuerza y originalidad de su literatura. Hoy, Garro se reconoce como una de las voces imprescindibles de la narrativa mexicana, aunque su vida íntima siga recordándose como la contracara amarga de un matrimonio que nunca encontró paz.
FUENTE: https://www.diariosigloxxi.com/texto-diario/mostrar/5418122/mujeres-historia-elena-garro