POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Las precarias condiciones higiénico-sanitarias en Ulea era el denominador común de todos los ciudadanos.
Al no existir ningún control fiable, de las aguas, salvo al que recurrían desde tiempo inmemorial, algunas personas versadas, o las que lo habían visto y oído de sus antecesores o vecinos, como era el sistema de hervir las aguas cuando las utilizaban para beber, teniendo en cuenta que las que usaban para los guisos, hervía a la hora de su cocción.
Sin embargo, cuando tenían mucha sed, o no le daban importancia a los procesos infecciosos que les podían acarrear, no esperaban a que estuviera hirviendo el tiempo necesario, o, simplemente, la bebían al natural, con el consiguiente riesgo de que les produjera serios trastornos gastrointestinales y, a veces, brotes epidémicos de nefastas consecuencias para la salud.
El agua para el aseo y servicios, así como para beber, se extraía del río, de la acequia, o de los brazales. Algunas familias tenían aljibes que, generalmente, los llenaban con agua de lluvia y, unos pocos, la almacenaban a través de la que acarreaban los aguadores, o cantareros que, generalmente, “potabilizaban con cal viva”. De todas formas, difícilmente lo conseguían, ya que mezclaban el agua de lluvia con la que extraían de acequias y brazales y acababa contaminándose toda la que tenían embalsada.
Este problema se venía arrastrando desde tiempo inmemorial y, en el año 1756, uno de los oficios, que les reportaba unas monedas con lo que ayudar al sustento de muchas familias, era el de “aguador, o cantarero”.
Las mujeres portaban los cántaros, llenos de agua, sobre un rodete que se ponían sobre la cabeza. Los manejaban con tal destreza que fueron inmortalizadas por pintores ilustres. Tenían verdadero arte. Otras los portaban apoyados a la cadera. A veces, las más avezadas, portaban los dos; uno a la cabeza y otro a la cadera. Los niños los acarreaban a las espaldas. Para ello sus padres le ataban un saco vacío, a la espalda y, allí, adosaban el cántaro, lleno de agua que, para que no salpicara, le colocaban un tapón, en la boca del cántaro, generalmente una naranja o un limón. Arreatado con una soga de esparto, acarreaban, durante todo el día, agua, para llenar las tinajas de quien les contrataba. Según el tamaño del cántaro, le pagaban a 5 o 10 céntimos, por cada uno.
También había profesionales adultos, que tenían bestias de carga, a las que, sobre el aparejo, les encajaban unas aguaderas de esparto, con cuatro compartimentos estancos, en los que embutían los cuatro cántaros. Había varios en Ulea, pero el más célebre de los aguadores, el que durante unos 50 años se dedicó exclusivamente a ejercer esta profesión fue el vecino de Ulea, Félix Pagán Martínez, que tenía dos burros de carga y utilizaba para estos menesteres. Con este trabajo se ganó la vida.
Los niños, como no existían las Escuelas (en algunos pueblos y ciudades ya empezaban a contratar “maestros idóneos”), desde que tenían siete u ocho años, se dedicaban a este oficio, alternándolo con la cogida de tápenas, alcaparras, alcaparrones; así como a espigar tras la siega de los cereales, o la cogida de la aceituna, Unos pocos acompañaban, en las labores de pastoreo, a sus padres y hermanos mayores.
Las autoridades obligaban, de manera inexcusable, a que el agua la cogieran de “la acequia mayor”, a la altura del Salto de la Novia, con el fin de evitar, en lo posible, transportar aguas contaminadas, ya que a la altura del pueblo, todos los deshechos de los uleanos y de sus animales domésticos y de corral, eran vertidos a la acequia y sus brazales y el grado de contaminación era muy elevado.
Algunas personas utilizaban la picaresca de llenar sus cántaros, en lugares más cercanos al pueblo, pero eran muy vigilados, no solamente por las autoridades sino por los dueños que les habían encargado tales menesteres; no en vano, en el grado de salubridad o contaminación, les iba comprometida su salud. A los aguadores que cogían efectuando estas artimañas, les castigaban con suma severidad. Por tal motivo se prohibió la captación de agua durante la noche.
A pesar de las medidas tomadas para evitar las fuertes epidemias, o enfermedades leves, abundaban los problemas gastrointestinales y, el Cura Propio de Ulea, D. Esteban Sandoval Molina, en el año 1756, comenzó con el ritual de bendecir las aguas de la acequia, casi, en su cabecera, un poco antes de donde estaba ubicada La Noria de los Condes Villar de Felices. Con dicha bendición, invocaba al Sumo Hacedor para que protegiera a los uleanos. Dicho ritual siguió haciéndose hasta principios del siglo XX, de forma anual.
Hasta pasado el segundo decenio del siglo XX, las mujeres, muy pocas ya seguían trabajando de aguadoras, ganando 25 céntimos por cada cántaro de agua. Los pequeños dejaron en su mayoría, dicho trabajo ya que, afortunadamente, se habían creado dos Escuelas Nacionales; una de niños con 32 alumnos y otra de niñas con 25.
Felizmente, en el año 1930, concretamente el día 21 de junio, el Alcalde de Ulea D. Ernesto Ríos Torrecillas, en presencia de los Tenientes de Alcalde D. Aurelio Hita Carrillo y D. Antonio Abellán Ramírez, leyó a la Corporación Municipal una carta del Alcalde de Cartagena instándole a que nombraran un delegado de Ulea, con el fin de acudir a Madrid para solicitar ante el Ministerio la construcción y explotación de los Canales del Taibilla. Dicho cargo recayó en el ilustre uleano D. Gumersindo Cascales Carrillo.
El edil regresó de Madrid con la ilusión y esperanza de que las obras, comenzarían en breve, Tras aprobación de los proyectos, llegarían a feliz término y Ulea tendría “agua potable” en las casas y en las fuentes públicas.
Las gestiones que comenzaron con el Alcalde D. Ernesto Ríos Torrecillas en el año 1930, se demoraron más de lo previsto, al presentarse una fuerte turbulencia social durante la década 1930-1940. Los alcaldes que le sucedieron, que hicieron todo cuanto supieron y pudieron, fueron: D. Gumersindo Cascales Carrillo, D. José Ríos Torrecillas, D. Domingo Salinas Carrillo, D. Julián Valiente Sánchez, D. Francisco Abellán Ruiz, de nuevo D. Domingo Salinas Carrillo, D. Francisco Moreno Sánchez, D. José Abenza López, D. Francisco Miñano Miñano, D. Aurelio Hita Carrillo, D. Luis García Fernández, D. José Carrillo Hita y D. Mariano Carrillo Valiente que, bajo su mandato, el día 26 de julio de 1961, tuvo el honor de acompañar al Gobernador Civil de la Provincia, Sr. Soler Bans y a su séquito, formado por los Delegados Provinciales Sres. Salas Larrazabal, Candela Martínez y Romera Arenaza, en la inauguración oficial de los servicios de abastecimiento y distribución de las aguas potables del Taibilla en Ulea, cuyas obras han sido realizadas por la Confederación Hidrográfica del Segura, con un presupuesto de 668,175 pesetas.
El Gobernador Civil y todo su séquito, caminaron a pie por las calles de Ulea, hasta llegar a la plaza Mayor y proceder a su inauguración, tras la bendición, por parte del Cura Párroco, de Ulea, D. Patricio Ros Hernández, quedando instaurado, desde ese momento, el servicio de abastecimiento de agua potable de Ulea.
La noticia, reflejada en el periódico “La Verdad de Murcia”, del día 27 de julio de 1961, diciendo que Ulea ya no necesita de los aguadores, o cantareros; que pasarán, definitivamente, a la historia. Con solo girar la palometa de los grifos, tendrán agua potable, en abundancia, para cubrir todas sus necesidades.
Al terminar la protocolaria inauguración, el Gobernador Civil y todo su séquito, se dirigieron a la Iglesia Parroquial de San Bartolomé, de Ulea, en donde fue ofrecida una salve, dirigida por el cura Párroco, D. Patricio Ros Hernández.
Atrás quedaron más de 30 años de gestiones y desvelos, en los que hubo épocas de desesperanza ya que se interrumpían las obras con inusitada frecuencia; hasta el punto de que se llegó a presagiar lo peor: que las obras no llegaran a feliz término. Por fin, hoy, día 26 de julio de 1961, Ulea tiene agua potable en sus casas y en las fuentes públicas del pueblo.