POR ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Por seguir el curso del Tajo, que se mueve y no para, esta semana me he encontrado con la figura de un alcarreño que vivió intensamente el siglo XVIII, y en el que pretendió hacer una obra gigantesca para mantener a España en la cabeza del mundo adelantado: nada menos que hacer navegable el río Tajo.
La indagación por viejos manuscritos me hizo conocer hace poco la figura de un ilustre alcarreño, nacido en Chillarón del Rey, junto al río Tajo, que pretendió en el “no va más” de la ingeniería económica y social del siglo XVIII, nada menos que hacer navegable el río Tajo, para unir Lisboa con Aranjuez y Madrid, poniendo el poder del –por entonces– inmenso imperio español a la cabeza del mundo.
La figura de don Carlos de Simón Pontero, hasta ahora prácticamente desconocida, merece ser resaltada, y poder contar con ella en los anaqueles de los alcarreños ilustres que pretendieron, en su tiempo como ahora, hacer grande y próspera la tierra en que nacieron.
Carlos de Simón Pontero nació en Chillarón [del Rey] el 16 de mayo de 1715 y fue bautizado cinco días después, en su parroquia. De familia con posibles, cursó sus estudios superiores en el Colegio de San Antonio Portaceli, en Sigüenza, donde se graduó como bachiller en Cánones en septiembre de 1732, marchando enseguida a Madrid, donde consiguió sin dificultad el cargo de abogado de los Reales Consejos y solicitando ser admitido en el Insigne Colegio de Abogados de la Corte, probando en el trámite la limpieza de su genealogía y acreditando “prendas singulares de buen procedimiento correspondiente de su calidad y educación”. Con 17 años solamente, lo que nos hace suponer que muy llano encontró el camino para llegar tan rápido. En todo caso, aún debieron pasar algunos años haciendo méritos, rellenando instancias y aportando apoyos de familiares y amigos, porque no fue hasta 1741 que el Rey aprobó su nombramiento como Fiscal de la Cámara de Castilla, atendiendo las “prendas y literatura” que adornaban el currículum de Carlos. Le cayó un sueldo inicial de 1.000 ducados anuales, lo que por entonces suponía una opulencia. Empezó elaborando y redactando informes sobre los derechos de la Corona en diócesis y catedrales, intentando “rascar” por parte del poder real algo de lo inmensamente acaudalado del pasar eclesiástico. Todo lo consigue y por ello en 1746 es recompensado por la monarquía de Felipe V con aumento de sueldo, y, a pedido del personaje, con el nombramiento de Alcalde de Obras y Bosques que anhelaba, y que le pusieron en la órbita de intentar reformas mayores, muy provechosas para la Nación (y para sus propios pecunios).
Casó con Isabel María de Tapia, hija del abogado Bartolomé de Tapia, gentes de consideración y fortuna, con bienes en el Castañar salmantino y en las llanuras de la Sagra toledana. Vivieron en una casona de la calle ancha de San Bernardo, en las casas del Noviciado y tras tomar las aguas algunos veranos en los baños de Sacedón, consiguieron descendencia con tres hijas que nacieron en la década de los 50 de ese siglo. No muy mayor, pero siempre atareado (estresado, diríamos ahora), don Carlos de Simón Pontero murió, de la noche a la mañana, con la brusquedad propia de los accidentes cerebro-vasculares devenidos de una hipertensión arterial no controlada, la noche del 8 de noviembre de 1757, con solo 42 de su edad. En el convento de Nuestra Señora del Carmen de los Calzados le enterraron.
La familia a la que pertenecía nuestro personaje era de alcurnia, pues vivía en la casona principal de Chillarón, un palacete barroco que aún queda, muy bien conservado, presidiendo su plaza Mayor. El padre, Pedro Simón Fernández, fue durante un tiempo Alcalde ordinario de la Villa, así como familiar y alguacil mayor de la Inquisición. Con Josefa Pontero tuvo tres hijos: Andrés, Josefa y nuestro Carlos. Decía ser originarios de Llanes, en Asturias, y el otro hermano alcanzó a ser, tras sus estudios en la Universidad de Alcalá, alcalde del crimen en Barcelona y miembro del Consejo de Castilla. Sobre la puerta principal de la casa de Chillarón, pusieron un gran escudo de armas que denotaba su hidalguía, y que hoy se ve con dificultad porque se talló sobre alabastro, y este se ha deteriorado mucho con los siglos.
El trabajo de Carlos de Simón consistió en crear una empresa que moviera en pequeños barcos surcando el río Tajo los suministros que debía recibir la gran ciudad en que estaba convirtiendo Madrid para asegurar sus mantenimientos y promover el comercio de las materias primas y elaboradas, entre la capital de la Corte y el resto del reino. Para ello, se debían instalar puertos de carga y descarga en villas y ciudades, alcanzando Madrid, desde el Tajo, a través de Aranjuez y el río Jarama, y luego el Manzanares, extendiendo esta red portuaria por el Tajo arriba, hasta Trillo, y por el Guadiela. Su idea era poder suministrar de pescado fresco a la capital, también de frutas, y de manufacturas como los cordobanes, las tierras arcillosas de la Alcarria, los vidrios de El Recuenco y Arbeteta. La lástima de todo ello, es que el promotor de tamaña empresa falleció muy pronto, e inesperadamente, y unos meses después lo haría el rey al que se lo proponía y había aceptado.
En cualquier caso, lo llamativo de esta noticia, que resume el sentido de lo que era, en pleno siglo XVIII, el Estado ilustrado y renovador de España, es que el hombre que tal cosa ideara era alcarreño, y a su tierra quiso también hacer protagonista de esta empresa. Lo cuenta todo, con pelos y señales, gracias a documentos hallados en archivos estatales y en papeles del Museo Lázaro Galdiano de Madrid, el profesor Jesús López Requena en un libro publicado en 2020 y titulado El proyecto de navegación del Tajo de Carlos Simon Pontero. Es, además, otro capítulo de ese “Tajo Abajo” en el que he querido reflejar el latido de nuestro gran río en la historia del país en que vivimos.
FUENTE: https://nuevaalcarria.com/articulos/carlos-de-simon-pontero-un-ilustrado-alcarreno
