
POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
La matanza del cerdo (animal del que dice el refrán: «de la cabeza hasta el rabo todo es bueno en el marrano»), exige (eso, en primer lugar) cualidades higiénico-sanitarias del animal, y después una serie de circunstancias especiales para asegurar el buen éxito del «suceso». Dentro de las exigencias meteorológicas se precisa la coincidencia de: A) vientos del norte (nunca viento sur o ábrego); B) nieve en los altos; C) luna en menguante (nunca creciente o llena).
Otra circunstancia es importante : ninguna de las mujeres que han de intervenir en las labores de matanza (elaboración de morcillas, amasado y elaboración de chorizos, etc.) ha de estar esos días «con la regla»; tal suceso «enranciaría» los embutidos y salazones.
La matanza del gochu es -mejor, era- una auténtica demostración de «convivencia vecinal»: vecinos y familiares prestaban su ayuda en todo momento y la familia beneficiada ofrecía buena mesa y mantel a sus colaboradores. En la cena del primer día de matanza no podían faltar LES SOPES DE FÉGADU (sopas de hígado de cerdo). Eran -son- un a modo de sopas de ajo elaboradas con pan de hogaza asentado, sofrito de ajo, pimentón y un toque de guindilla y trocitos («dados») de hígado previamente pasados, vuelta y vuelta, por la sartén; sopas que, después, se complementaban con unos filetes de «adobu» con patatas fritas, brazu de gitano, sidra dulce, café con pingarates, copina… y partida de brisca.
El cerdo, entre tanto, quedaba colgado al oreo y a la helada para ser «despostau» (troceado) al día siguiente; día que, lógicamente, también suponía trabajo e invitación a comida y cena. Hoy nos quedamos con «les sopes de fégadu» pues, atendiendo al refrán: «Cuarenta sabores tiene el puerco… y todos buenos».