POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA, OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Me van a permitir que hoy, en vísperas de mi columna número 500, sean estas unas líneas con cierta indignación, para desahogarme un poco, porque no quiero empañar ese número tan redondo con tan mal sabor de boca. Poco a poco se ha ido acercando, acaso sea un punto de inflexión, para recordar y recapacitar sobre algunas cosas plasmadas en ellas. Pero eso será en la próxima columna.
La verdad es que hay situaciones que indignan, o por lo menos te dejan un tanto indefenso pensando si el raro seré yo… o somos muchos más los que pensamos así.
Hace unas fechas, de regreso de Andalucía, me encontré una situación que me hizo pensar y me llenó de indignación. Verán, yo que soy cliente fijo de la AP6, la autopista de Madrid-La Coruña, aunque no sea asiduo, porque ahora no viajo ni la mitad, confortado ya porque faltaba poco para llegar a casa, me encuentro con el peaje que la AP6 tiene a la altura de Sanchidrián, cuando esta autopista pasa a ser autovía.
Todo perplejo me quedo paralizado en un carril, sin haber podido discernir cual era el carril manual, porque en estos pagos yo no uso tarjeta de crédito, ni tarjeta de la compañía de la autopista, ni llevo un billete en la mano, porque nunca recuerdo el importe con tantos cambios, y siempre al alza… esperando como siempre el amable empleado en la taquilla del peaje -que ellos no tienen la culpa de lo anterior-, y no había nadie. Yo no sabía qué hacer, pero rápido llegaron dos empleados y me explicaron el asunto. Hay que acostumbrarse porque dentro de poco nosotros no estaremos aquí para ayudarle.
Qué vergüenza sentí, por un lado el ridículo de no saber qué hacer, como si fuera nuevo en estas cosas, y la indignación porque ha llegado el punto en que las máquinas nos abruman, lo último que nos quedaba que ver, estar al albur de una máquina.
Y otro aspecto y no menor, con esta implantación forzosa, más empleados a la calle. Es como las gasolineras sin operario, que tienes que ponerte el producto, mancharte las manos y más, y encima no te cobran algo menos… Pero con una diferencia, aquí no tienes otra alternativa, que en los surtidores siempre puedes pasar y busca otro. Ya ven, es que yo soy antiguo, me gusta tratar más con las personas y cada día menos con las máquinas. Como cada vez tengo menos prisa, me tendré que plantear subir por el puerto del León y disfrutar del paisaje… se ve que les sobran los clientes!!! Aunque siempre quejándose.
Pues amigos lectores, esto no acaba aquí, porque estos días estamos asistiendo a otro bochornoso asunto, en esta ocasión avalado por unas siglas internacionales que deberían ser serias, la Organización Mundial de la Salud. Sí, se trata de eso de las carnes rojas y los embutidos, que de eso tengo alguna idea. Es dar palos de ciego y esconder la mano, pero ya han retrocedido, “no era eso lo que queríamos decir…” pues parecemos tontos, porque todos entendimos perfectamente lo que decían. ¡Todo es cancerígeno! ¡Jobar! Pero con el hambre que hay en medio mundo que se dediquen a esto, ya les vale.
Tengo que recordar cómo no hace tanto tiempo, de vez en cuando estos señores con tan buenos sueldos, sin saber si los merecen, se ocupan de cosas que no hacen más que daño, con lo que hay que hacer por ahí, nos arrean con alguna lindeza. ¿Se acuerdan de la gripe aviar, o de las vacas locas, o de la grasa mala del colesterol? Pues sí, el tiempo ha demostrado que aquellas afirmaciones hicieron mucho daño y los peligros no eran tal como los pintaban. ¿Dónde estarán todas aquellas vacunas a precios millonarios? Cada día tienen menos credibilidad. ¡Con el hambre que hay!
Entre medias, llegan las nuevas incorporaciones extranjeras a cambiarnos la vida, tanta maquinita, el facebú, o el guasá y otros inventos, que no te dejan ni un minuto, y de los que ya he perdido la cuenta. Y por si no teníamos suficiente con nuestros muertos, ahora hay que disfrazarse de cosas miedosas… es el jalogüein y otras zarandajas…Ya saben, a mí me gustan nuestras tradiciones