POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Hace unas fechas me encontré con un artículo de Antonio Botías, publicado en el diario murciano de La Verdad y, tras leerlo me animé a profundizar en la historia de la Región de Murcia y sus desvelos por conseguir su identidad.
Botías, gran historiador de la región de Murcia que no vemos; esa Murcia antigua que nos han contado o transmitido mediante legajos de enorme valor histórico. Su trabajo, que nunca agradeceremos lo suficiente los murcianos, me ha dado datos importantes como para buscar en archivos, bibliotecas y hemerotecas; con el fin de ampliar, si es posible, esa realidad latente de nuestra región avalada por muchos siglos de historia.
Ahora, otoño de 2015, cuando algunos territorios españoles enarbolan sus banderas en aras de reclamar sus derechos históricos y su identidad cultural para segregarse de España, no nos debemos sorprender si ahondamos en la historia de nuestra Región y nos hacemos esta pregunta ¿Puede ser Murcia una Nación? Razones históricas las hay, aunque por desidia, más que por mala fe, hayan sido condenadas al ostracismo.
No nos quepa la menor duda de que los murcianos, seremos huertanos, provincianos, catetos como nos tildan en otras latitudes, pero a la vez, laboriosos y colaboradores con quienes han solicitado nuestra ayuda. Cada Región, no obstante, tiene su idiosincrasia y, por tal motivo, nunca seremos catalanes, castellanos, andaluces, manchegos, valencianos, ni…… Seremos murcianos y españoles.
Sin embargo, escudriñando en la historia, nos encontramos conque la antigua ciudad cartaginense (Carthago) se erigió como la capital de un extenso territorio cuyos límites eran los ríos Ebro y Guadalquivir. En el año 333, tras la independencia de la provincia tarraconense a la que pertenecía, en plena etapa romana, Murcia vio mermados sus territorios, si bien, dominaba gran parte de la meseta castellana y de las costas mediterráneas.
Los territorios que aún le quedaban y, seguían sus directrices socio-políticas, eran totalmente distintos y por tal motivo se sentían diferentes a los demás; hasta el punto de que se consideraban nacionalidades.
En el Bajo Imperio murciano, el futuro reino abarcaba desde Garrucha (Almería) hasta Denia (Alicante), así como los altiplanos de Chinchilla y Hellín (Albacete). De tal forma que al desembarcar los árabes, en las costas murcianas según afirman reputados historiadores para conquistar los campos de Santomera, encontraron la gran dificultad que entrañaba la división geográfica y las distintas normas de regirse. Para aunar fuerzas el centro del poder se concentró en la ciudad de Murcia, fundada en el año 825 de nuestra era.
A mediados del siglo XII, consiguió su etapa de mayor esplendor, bajo el reinado del monarca almorávide Ibn Mardanis también llamado El Rey Lobo. Por tanto, a diferencia de otras comarcas, tuvo un monarca con sede en la capital murciana. Por consiguiente, el territorio de dicho reino es incuestionable. El reino murciano abarcaba parte de la provincia de Valencia y la actual provincia de Jaén. Los murcianos incluso, llegaron a ejercer poder hegemónico en las poblaciones de Écija y Carmona; a pocos kilómetros de Sevilla.
Si alguien dudaba de la soberanía murciana corría el riesgo de ser ejecutado de forma inmediata. El Reino fue expandiéndose y se adentró en Castilla quedando ésta, como un protectorado de la Corona del Reino de Murcia, no perdiendo su identidad soberana y la representación como Reino de las Cortes Castellanas.
Tras la rendición del caudillo musulmán Aben Hud en el año 1243, el Reino de Murcia fue reconocido administrativamente. En ese mismo año, Alfonso X y el aragonés Jaime I firman el Tratado de Almizra, delimitando las zonas de influencia de Murcia, Valencia y Aragón. Así los acontecimientos, el Valle de Ayora se incorporó al Reino de Aragón en el año 1281; Granada conquistó con posterioridad, su territorio en el año 1314 y, la tierra de Jorquera quedó incorporada a Cuenca.
Muchos territorios resultaban ingobernables y, gran parte de ellos, fueron reintegrados al Reino de Murcia a raíz de La Guerra de los Pedros.
Un estudio efectuado por el profesor Torres Fontes, afirma que los límites territoriales de la Región de Murcia, estaban enmarcados entre las tierras del norte de Alicante y otros pueblos alicantinos como: Elche, Sax, Petrel y Elda; aglutinando, también, a Cofrentes, la ribera del Júcar, para luego descender por la frontera entre el Reino de Castilla y el de Granada y, tras el paso obligado por la Aduana del Puerto de la Losilla, de Ulea, descender hasta Águilas.
Llegados a este punto, cabe hablar de Identidad murciana y, para ello es preciso argumentar que el territorio poseía una visión del mundo como Comunidad, un idioma, una cultura y un estilo peculiar de vida, aunque los castizos ridiculizaran estos valiosos estandartes. Es notoria la industria de la seda y el algodón, del pimentón, la minería, la alfarería, la industria belenística, los cánticos de auroros o animeros, los mayos y las cuadrillas, la internacional Cruz de Caravaca, acequias, norias, aceñas, barracas y torres huertanas y, de los huertanos, su típica indumentaria, la aduana del puerto de la Losilla en Ulea; lugar obligado de paso de los reinos de Castilla, Aragón, Granada y Valencia, para control de personas, animales y mercancías. Por último, y no menos importante el lenguaje murciano; que no el panocho. Dicho idioma es una realidad lingüística, asentada sobre una base árabe y mozárabe y que fue moldeada con el tiempo por las lenguas de quienes arribaron al Reino de Murcia, en la Edad Media.
Es de destacar la importancia logística de la Aduana de la Torre de La Losilla en el término de Ulea. Ya, en los años 1281 al 1285, Sancho IV concede el otorgamiento de La Torre del Puerto de La Losilla a la Orden de Santiago. La Torre, es la única fortaleza de la Encomienda del Valle de Ricote y punto estratégico y emblemático de la Identidad histórica de la Región de Murcia. Fue santo y seña al ser lugar fronterizo con los reinos de Aragón, Castilla, así como la zona nordeste de Andalucía, desde el día 1 de diciembre de 1379, por orden del rey Juan I que como primera providencia prohibió traer vino desde Castilla y Aragón, extremando la vigilancia sobre la mercadería del oro y la plata, ya que causaban el empobrecimiento económico de la Región de Murcia. Una vigilancia especial se llevaba sobre la mercadería de esclavos. Por tal motivo, el rey Juan I, exige el control exhaustivo y el pago de los aranceles aduaneros establecidos. Al mismo tiempo alertó de que a quien cometiere fraude fuese castigado con severidad, tal como dictan las Ordenanzas Reales.
En el diccionario de Autoridades publicado entre los años 1726 y 1739, precursor del actual, fue el primero de la lengua castellana editado por la Real Academia Española. En dicho Diccionario aparece la palabra tahúlla: unidad de superficie agraria de origen murciano, heredada de los árabes.
Consta, documentalmente, que la tahúlla fue la medida empleada en el Repartimiento de Tierras del Rey Alfonso X el Sabio. Aunque a aquél reparto acudieron pobladores andaluces, castellanos, leoneses, catalanes y valencianos, se utilizó la medida agraria murciana la Tahúlla. Como desacuerdo manifiesto, la tahúlla no se usó en las particiones entre los castellanos—leoneses, pero sí en el Repartimiento de Almería.
Aunque el Rey Alfonso X el Sabio, otorgó a Murcia El Fuero Juzgo, el Reino ya disponía de un cuerpo legal más antiguo y que, con las debidas actualizaciones, perdura hasta nuestros días. Se trata de las Ordenanzas de la Huerta; normativa aún vigente, cuya primera redacción corresponde al siglo XIV. En realidad, se pueden considerar las Ordenanzas y el Consejo de Hombres Buenos, que las aplicaban como una evidencia añadida de la Identidad Cultural Murciana.
El Rey Sabio promulgó un Edicto, titulado Becerro, que dice textualmente lo siguiente:
Delrrepartimiento de tierras
e otras mercedes a los
conquistadores e pobladores
del reyno de Murcia
ffecho por el rey Alfonso
1257—1271
Existe un grabado de la época, en la que el Rey y toda su Corte, hacen pública la promulgación de dicho Edicto.
Historiadores de prestigio han señalado que el Reino de Murcia tuvo sus propias Cortes denominadas Juntas de la Tierra. Dichas Cortes fueron convocadas en el siglo XIII, impulsadas por el Marquesado de Villena, para exponer y encontrar soluciones a los problemas presentados por las distintas villas del Reino de Murcia. Como se preveía, contaron con la lógica oposición de la Corona de Castilla. Nunca pudieron imaginarse que, en los siglos posteriores, reforzarían la soberanía de Murcia como Nación.
En el año 1778, Bernardo Espinalt y García, siendo Oficial de la Corte Murciana elaboró un mapa del Reyno de Murcia, con los correspondientes partidos que la componían.
El mundo civilizado no acertaba a comprender su evolución e iba de sorpresa en sorpresa. No salían de su asombro al comprobar que los murcianos y turcos tenían en común la misma bandera. Es verdad que fue durante un periodo de tiempo breve, pero el suficiente para que el Comandante General José Dueñas, se quedara aturdido al comprobar que la bandera turca ondeaba en lo más alto del fuerte cartagenero de Galeras.
Fue Antonete Gálvez quién en octubre de 1873 izó la bandera turca en el fuerte, no había ninguna otra bandera en el almacén, para proclamar a Cartagena como Cantón. Dicha bandera, para borrar el distintivo turco, fue teñida totalmente de rojo con la sangre de un revolucionario. El Comandante General Dueñas, mediante un telegrama, se lo comunicó de inmediato al Ministro de Marina, con el siguiente texto: El Castillo de Galeras ha enarbolado la bandera turca. Sí, fue un telegrama histórico.
Concretamente en el año 1808, los invasores franceses, ya habían impulsado otro renacimiento de la Soberanía regional, de consecuencias importantes para el Cantón. Las ciudades que componían el Cantón cartagenero se levantan contra los franceses, organizando Juntas de defensa que aprovechan para provocar el desconcierto general y proclamar su independencia.
Desde la sede de la Junta establecida en Murcia, tuvieron la osadía de contactar con el gobierno británico advirtiéndole a Su Graciosa Majestad que los murcianos podrían tratar con los ingleses, no como comerciantes sino como una Corte con otra; como una Nación Soberana con otra Nación Soberana.
El Conde de Floridablanca, presidente de la Junta de defensa murciana, inculcó una euforia soberanista inusitada a los afines a sus principios nacionalistas, como una forma de frenar las ideas afrancesadas que invadían el país.
El denostado político murciano Antonete Gálvez y la determinación del Conde de Floridablanca, fueron determinantes en el devenir político del siglo XIX. La situación del país era preocupante; el partido republicano dividido, epidemias y hambre; incontrolados, pérdida de soldados al tratar de contener la revolución francesa, las escaramuzas carlistas y, por si fuera poco, Cartagena sede de la flota bajo pabellón turco.
Gálvez tenía predilección por las banderas rojas y, en el año 1869, había izado otra en el monte Miravete de Torreagüera como protesta contra la Monarquía de Amadeo I. El intento de rebelión fue aplastado de inmediato; tan pronto como los revolucionarios se quedaron sin munición.
Antonete Gálvez, que había sido condenado a muerte por sublevación, se exilió en África y, cuando regresó de su exilio fue recibido, en Murcia por un inmenso gentío, unos 13.000, según el diario la Paz de Murcia, los mismos que le dieron la espalda cuando se atrincheró en el Miravete según el mismo diario.
Gálvez no escarmentó y, en el año 1872, volvió a las andadas y con el apoyo de un puñado de partidarios se propuso encaramarse de nuevo al Miravete. Desde Madrid vinieron tropas para aplastar la nueva intentona golpista pero, esta vez, había preparado la fuga y se encaminó a Murcia en donde levantó barricadas. En esta ocasión, las tropas nacionales defendieron con denuedo la bandera que ondeaba en la Torre de la Catedral.
El diario La Correspondencia hace un análisis curioso de la derrota de Antonete y sus secuaces. Para la historia quedó el enunciado de dicho diario sobre los avatares del momento. Su título fue el siguiente: A pesar de ser los murcianos una mezcla entre andaluces y valencianos, han peleado con bizarría. No se puede ser más ignorante que un periodista que se dedica a hacer de la rumorología una noticia. Sí, porque más adelante nos sorprende con otra crónica en la que dice que los murcianos hacen la revolución en calzoncillos. Posiblemente, nadie le explicó al redactor de dicho periódico que durante las fiestas de primavera en Murcia, concretamente el día del Bando de la Huerta, los festeros transitan por las calles con el traje típico de huertano y, por tanto con zaragüelles ¡Esos eran los calzoncillos! A dicho periodista le debieron dar algún premio por su avezada cultura murciana. Sin comentarios.
Refiere el historiador Botías que el propósito de Antonete era el de transformar España en un Estado Federal y Descentralizado, en Confederaciones Independientes. El día 11 de febrero se proclamó la Primera República y esta nueva situación política, revitalizó el empuje del revolucionario murciano, convertido entonces en Diputado a Cortes.
Sin embargo, la primera república nació enferma- observadores políticos decían que nació sin vida: muerta, hasta el punto de que en un año tuvo cuatro presidentes. Ante esa falta de entendimiento, algunas ciudades, sin que se aplicara la reforma acordada, se autoproclamaron cantones. Uno de ellos Cartagena, bajo el mando de Antonete Gálvez que fue nombrado Comandante General de las Tropas. La Independencia del país era un hecho consumado, hasta incluso se acuñaron monedas con efigies significativas: En el anverso, las monedas circulares, llevaban la inscripción Revolución Cantonal. Diez reales y, en el reverso Cartagena Sitiada por los Centralistas. Setiembre 1873.
Como era previsible, el Cantón pasó a mejor vida, siendo el último que se rindió a las fuerzas nacionales. En consecuencia, a Antonete lo condenaron a muerte y, de nuevo, huyó a Argelia.
La política, tan cambiante en esta época, promulgó una amnistía general y en el año 1891 fue absuelto. Tras el regreso de su cautiverio le nombraron concejal del Ayuntamiento de Murcia, sin que tuviera menoscabo para seguir defendiendo sus ideas republicanas, cantonales y federalistas, dejaron de ser separatistas; al menos ya no era activista.
La Región murciana no estaba al margen de las corrientes ideológicas, a nivel religioso, del momento y así, testificado documentalmente, Cartagena tuvo Obispo desde el siglo VI.
Afortunadamente, los historiadores murcianos y cuantos estemos interesados en conocer su devenir desde hace más de dos siglos, concretamente desde el año 1793, en que se publicó el primer periódico escrito en la región de Murcia, hasta el año 1998, tenemos a nuestra disposición en su totalidad, en el Archivo Histórico del Almudí, toda la prensa escrita y digitalizada, por la cual podemos profundizar en el tema que nos ocupa sobre la historia de nuestra región que desconocemos y que podemos descubrir por medio de estos legajos , o bien por lo que nos han transmitido nuestros antepasados; de generación en generación.
El Ilustre edil del Ayuntamiento de Murcia, José María Ibáñez, en la época de la dictadura de Primo de Rivera en el año 1923, tuvo la valentía de reclamar para Murcia los Derechos Históricos de la Región. Dicho concejal exigió la creación de un territorio con la capital en Murcia, que se extendiera por toda la zona regada por el río Segura y sus afluentes, comprendiendo toda la provincia de Murcia, la comarca de Alicante, desde Orihuela hasta Guardamar; la de Jaén, con Siles; la de Granada, con Puebla de Don Fadrique y Huéscar y, de Almería, con todos los municipios de la margen izquierda del río Almanzora. Dicha propuesta, a pesar de la consistencia de sus alegatos; no prosperó.
Pero Murcia tenía además de un prestigioso penalista Mariano Ruiz-Funes, a un clarividente político en la misma persona que, durante la Segunda República, aportó una novedosa concepción de país basadas en el llamado Estado Integral. De tal forma que, en el Artículo I de la Carta Magna, se advertía de que ese nuevo Estado debía ser compatible con la autonomía de los municipios y las regiones. De tal forma que esa definición constitucionalista consiguió acallar las ansias de independencia. Nombrado, en el año 1931, Diputado por Murcia y, dada su preparación jurídica y sus dotes políticas, consiguió la completa confianza del Presidente Manuel Azaña, quien le nombró miembro de la Comisión encargada de redactar la Constitución.
Mientras las Cortes dudaban entre proclamar una República Unitaria o una República Federal, Ruiz-Funes consiguió ver claro que el problema de fondo residía en conocer, concienzudamente, las identidades regionales; teniendo el acierto de aportar la definición de Estado Integral. Esta ponencia consta, íntegramente en el Diario de Sesiones de Las Cortes de enero de 1932.
Al amparo legal de la nueva fórmula de Estado Integral, las regiones: catalana, vasca y gallega, manifestaron de forma hegemónica, su voluntad de independencia. Este argumento lo vienen enarbolando desde el advenimiento de la democracia; con el término de Nacionalidad Histórica. Es de reconocimiento público que durante la II República, Murcia intentó conseguir mayores cotas de independencia.
El Alcalde socialista, Luis López Ambit, último alcalde independentista de Murcia fue el impulsor de dicha demanda en el mes de julio de 1931, al encabezar una corriente muy importante para el reconocimiento del antiguo reino de Murcia, sin rey; claro está, a través de un Estatuto encaminado a la organización de la Región de Murcia. Para que no quedara la menor duda, fue el promotor de un manifiesto que invadió todo el sureste español.
El Manifiesto del Alcalde López Ambit fue publicado en el diario La Verdad de Murcia el día 15 de julio de 1931. Dicho manifiesto estaba dirigido a toda la provincia de Murcia, así como a la de Alicante; hasta la Sierra de la Carrasqueta; además de algunos pueblos de las provincias de Almería, Jaén y Granada, en su totalidad, pertenecientes a la cuenca del río Segura y, los de Almería; hasta la sierra de Filabres.
Este Manifiesto del Alcalde murciano López Ambit era claro y conciso al reclamar como región natural la cuenca del río Segura y sus afluentes y todo el litoral Mediterráneo de Murcia, más la parte correspondiente de Alicante y Almería.
El Alcalde, cuantas veces tenía ocasión, seguía proclamando que esta Región Natural, siempre desde tiempo inmemorial, constituyó un conjunto armónico; incluso, después de la arbitraria división provincial. El estandarte que enarbolaba el edil murciano; bajo el que fundamentaba su petición, eran La Tradición y nuestra Historia, así como el Patrimonio Cultural y su Economía.
En un acuerdo, adoptado el día 9 del mismo mes, del Consistorio de la capital murciana, el Alcalde convocó una Asamblea de representantes, de cada municipio del territorio señalado, con el fin de aunar esfuerzos y estrategias para conseguir la creación de La Región de Levante; a la que le daba el rango de nacionalidad.
La Verdad de Murcia del mes de 1931 publicó un artículo extenso y coherente, de Almela Costa, bajo el título de Regionalismo, en el que defendía el alcanzar; si no la independencia total que bajo su criterio, no era asumible ni conveniente, si una independencia relativa.
En otras latitudes de la geografía española, no pensaban de la misma forma y, por aquellos días el periódico La Verdad informa en una editorial que Cataluña podrá organizar una Universidad Catalana y, a continuación, el redactor murciano advierte que: Universidad catalana; y Cultura Catalana será igual a nación catalana.
Las legítimas reivindicaciones de autonomía se vieron truncadas por la dictadura franquista y, como en toda dictadura, se instauró un miedo escénico que aconsejo el silencio. La Historia seguirá dando respuesta a muchos porqués.