LA PUERTA DEL REY IMAGINARIO

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).

Hace algunos años, indagando acerca de los accesos que el Jardín del Rey otorgaba al Barrio Bajo de este Real Sitio, llegó a mi conocimiento cierto rumor relacionado con el nombre imaginado de aquella puerta extraña flanqueada por la fuente de Santiago. A decir de algunos vecinos viejos como la hiedra que acostumbraba a abrigar los goznes del susodicho postigo, solía Alfonso XII escabullirse por ella para solazarse con las mozas de este Paraíso. Mas, dado que aquel extraño portillo desembocaba en la zona no urbanizada por Carlos III a mediados del siglo XVIII y que lo primero que aquel rey extraño habría de encontrarse era la carcasa del convento desamortizado de Sor Patrocinio, la por aquel entonces celebérrima Monja de las Llagas, entenderán que las dudas asaltaran a este humilde Cronista.

La propuesta de los vecinos industriosos del Barrio Bajo se llevó a cabo con el beneplácito del Patrimonio de la Corona

De modo que, tras una búsqueda somera entre legajos polvorientos y papelotes de archivo y la afortunada aparición de un expediente encontrado por Pedro Heras en el Archivo General de Palacio que Valentín Quevedo tuvo a bien poner a mi disposición, acabé por comprender la naturaleza de aquella puerta. Según reza, por tanto, en el expediente, el Marqués de los Ulagares, Ramón Arana, José Álvarez Maiño, Ángel Barralta, Feliciano Herrero de Tejada, Miguel Martínez, Joaquín Manuel de Alba y el Marqués de Ahumada, entre otros, solicitaron hacia 1878 la apertura de una puerta que diera acceso al jardín desde el Barrio Bajo. Según aquellos, el jardín ya contaba con dos accesos desde el Barrio Alto, por lo que entendían esa situación como un agravio que sólo se podía solucionar abriendo alguna puerta que comunicara con la zona baja del Real Sitio, aquella donde los firmantes de la petición habían afincado sus reales desde hacía ya más de medio siglo. Para ello, Joaquín Manuel de Alba y Feliciano Herrero de Tejada habían dispuesto construir cuatro años antes una cancela unida a la cerca que rodeaba el indefenso plantel de la estufa fría, uniendo el muro de la casa solariega del jardinero mayor con el arranque de la cerca que salía de la puerta de la Botica, esta sí abierta para disfrute de los agraciados habitantes del Barrio Alto. La propuesta de los vecinos industriosos del Barrio Bajo se llevó a cabo con el beneplácito del Patrimonio de la Corona, encantado, supongo, con la constitución de un cerramiento para aquel paraje a coste cero. El problema radicó en que la consecución de la obra debió llevarse a cabo sin la supervisión correspondiente, metiéndose la nueva cerca y postigo en los terrenos del vecino y propietario, Pablo Villota, quien solícitamente demandó al rey por tamaño despropósito. Entendiendo el que suscribe que el vecino ganó aquel pleito, el proyecto cayó en desgracia y, aún levantada puerta y cerca, nunca llegó a abrirse, quedando el Barrio Bajo incomprensiblemente aislado, ajeno a las enriquecedoras hordas de turistas que, desde aquel entonces, abarrotan jardín y parque en el momento en que se presenta la ocasión, el cielo se torna azul eléctrico y, bien el calor insufrible, bien la nieve lacerante, expulsan una bendita oleada de madrileños hastiados de asfalto, coche y cotidianidad.

Por fortuna para el que suscribe y todos los vecinos de este Paraíso, los que viven aquí y aquellos que se acercan de acullá, el pasado jueves, tras largo y trabado procedimiento burocrático, Ayuntamiento y Patrimonio Nacional llegaron al acuerdo de abrir el acceso ciento cuarenta y tres años después de aquel desaguisado decimonónico. Y un servidor que, en esto de las efemérides y los hitos históricos, ya sean temporales o no, siempre anda presto a la reflexión, caí en la cuenta del poco favor que el nombre otorgado hacía a la nueva puerta de los Jardines de La Granja. Recordando el ajado cotilleo de aquel rey escapista que salía por las noches de palacio hacia el Barrio Bajo en busca de la diversión que no le regalaba su propia casa, el postigo ha terminado por recordar lo que Alfonso XII tenía por costumbre hacer en Madrid y no en San Ildefonso, como bien relataba el Marqués de Alcañices, mayordomo mayor de aquel monarca y duque de Alburquerque, para más señas. Que fue este rey más dado a la imaginación colectiva que a la divulgación real de su vida privada y pública. Defendido por muchos como el primer Borbón constitucionalista, terminó por trascender en una suerte de lánguido dirigente enamoriscado de una joven prima enferma, triste remedo de un romanticismo mal comprendido por aquellos que perpetraron la película que encasilló a persona y personaje. Más cercano al monarca comprometido básicamente con la integridad de su trono, amante de las diversiones en este Real Sitio en compañía de una comunidad veraniega de Barrio Alto y habitante de Riofrío anclado en los perjúmenes de Elena Sanz, de cuyos efluvios acabaron por brotar dos hijos; Alfonso XII acabó desdibujado en caricatura ficticia del enésimo intento patrio de consolidar un estado liberal consumido por la corrupción y el engaño tan común en la revisión de un pasado que nunca conseguimos comprender del todo.

En el caso del pobre, será la miseria de su condición la que desdibuje el perfil que habrá de ocultar cualquiera que sea la virtud atesorada

Para nuestra desgracia, a la hora de construir el personaje en esta España irredenta, siempre pesará más lo muy malo o lo muy bueno como base del esperpento que ha de resumir toda una vida, siendo esto último, aunque falso, lo que acabará por identificar la imagen del poderoso. En el caso del pobre, será la miseria de su condición la que desdibuje el perfil que habrá de ocultar cualquiera que sea la virtud atesorada. Por ello, en lo que se refiere a la puerta de aquel rey imaginario, recordemos al menos la maledicencia, pues, aún siendo incierta, humanizará a un personaje que, como tantos, está ya perdido para la historia del común.

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