POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA
Pese a los donativos y limosnas realizadas para redimir su pena y sus vergüenzas, el 29 de agosto de 1850, se hizo pública la real orden del día 22, por la que fueron destituidos estos señores de los cargos que desempeñaban en el Ayuntamiento de Orihuela, entregándolos a los tribunales para ser juzgados con arreglo a lo prescrito en el código penal, ya que estos individuos Orihuela y empleados dependientes del ministerio de la Gobernación abandonaron la ciudad para refugiarse en Torrevieja, no presentándose al tener noticia de que había sido invadida por el cólera. Esto probó, que las quejas lanzadas desde Torrevieja por unos cuantos individuos, no eran sino pequeños desahogos que sólo sirvieron para demostrar la falta de aquellos, que a pesar de las prevenciones del gobernador provincial, no tuvieron valor para presentarse en la ciudad de Orihuela para cumplir deberes sagrados, a socorrer con sus intereses y animar con su presencia a los afligidos vecinos, abandonados por aquellos a quien honraron con cargos que no supieron desempeñar.
No era muy divertido luchar en Orihuela contra el cólera y tener al mismo tiempo que ocuparse en contestar a los que se entretenían desde puerto seguro en criticar a los que se quedaron en la ciudad.
En Torrevieja hubo gran alarma producida por unos cuantos enfermos, pero no falleció ninguno.
Pese a la existencia de médicos en Torrevieja, no se libró de la muerte, a primeros de noviembre de 1859, una mujer que, habiendo ingerido parte de una caracola asada, murió por “envenenamiento causado por el marisco”, notando a los pocos momentos de la ingestión adormecimientos en sus extremidades, falleciendo en tan sólo una hora, sin alcanzar ni los auxilios médicos ni los religiosos. Hoy habría sido diagnosticada de fallecimiento por una severa reacción alérgica al marisco.
Otro médico que ejerció en Torrevieja fue Antonio Laustalet, que fue cesado de director de Sanidad en agosto de 1871, ocupando este cargo en 1875, Gabino Ordas. Ambos se encargaban de pasar visita sanitaria a las naves que arribaban a la bahía.
Muy mala suerte tenían, no sólo los farmacéuticos, -también las farmacias- ya que en la madrugada del 20 de enero de 1884, fue parto de las llamas una botica, salvándose sus dueños de puro milagro, pues se vieron en la necesidad de atravesarla entre las llamas para poder salvarse.
Una medicación según parece efectiva para la curación del garrotillo, crup y difteria en todas sus formas –angina, gangrenosa, diftérica, etc.- fue la `Poción Bru´, siendo el doctor José Bañón, distinguido y estudioso médico que ejerció en Torrevieja, el primero en hacer ensayos con ella, con tal éxito, que de trece casos graves curó a once, habiéndose desgraciado los otros dos por la prematura confianza de los padres de los niños enfermos padres que, juzgando que ya estaban fuera de peligro, descuidaron el plan facultativo, reproduciéndose con tal rapidez e intensidad los fenómenos septicémicos que, sucumbieron ante la muerte en muy pocas horas. El doctor Bañón lo hizo constar así en las historias clínicas que fueron publicadas por el `Diario Médico-Farmacéutico´, correspondiente al 8 de octubre de 1884. Atreviéndose a manifestar que, excepto en estos pequeños pacientes, de cuantos numerosos casos de crup o angina diftérica se le presentaron los curó con `Poción Bru´, malográndose también otros dos que calificó de `crup fulminante´, en los que les sobrevino la muerte a las muy pocas horas.
Volvió el sobresalto sanitario en ese mismo año, volviéndose a tomar precauciones sanitarias contra el cólera, extremando la vigilancia en Torrevieja, Manzarrón y otras localidades de contacto con las posesiones francesas de Argelia, inminentemente amenazadas por la enfermedad epidémica.
Conociendo los focos de infección y declaradas las procedencias sucias y sospechosas se establecieron lazaretos y cordones sanitarios. Tanta fue la confusión que reinó en los centros oficiales que a vueltas de un sinfín de órdenes y contra órdenes, se acababa muchas veces por dejar a los pueblo que hieran lo que quisieran.
En Torrevieja se cumplieron las medidas sanitarias con mucho rigor tanto las autoridades como los vecinos. Con referencia al puerto, no se hizo el más ligero abuso, pudiéndose citar, al contrario, que no se permitió a un vecino de dicho pueblo la entrega de un dinero a su mujer sin haber sufrido antes la debida cuarentena.
El miedo al contagio hizo previsora a la villa de Torrevieja, agudizándose el celo de las autoridades; pero entre el uso legítimo de la propia defensa y el abuso de la autoridad había una línea divisoria que trataba de romperse.
Estuvo limpia de la enfermedad colérica, pero ello no evito que una familia, compuesta de 13 personas, que había logrado introducirse en la ciudad de Murcia, procedente la villa salinera fuera trasladada con el carretero que la condujo al lazareto de Espinardo. Más tarde fueron dadas de alta por haber cumplido la cuarentena. A mediados de septiembre, el director del lazareto de Espinardo informó a que la salud allí era excelente, excepción hecha de una mujer que padecía `intermitente franca´, y de un individuo que sufría `dispesia flatulenta´.
También se presentó a cargar sal un buque para Alicante. El director de Sanidad lo despidió para Mahón. El consignatario reclamó contra esta medida, y la autoridad del ramo resolvió el asunto dejando en libertad al director de Torrevieja para que lo admitiese o despidiese.
La cancillería alemana declaró sospechosas de cólera Alicante y los puntos comprendidos entre Torrevieja y Altea, sometiendo sus procedencias al tratamiento de observación que prescribía el reglamento sanitario.
A finales de septiembre de 1884, el ministro de la Gobernación telegrafió al gobernador de la provincia de Murcia para que mandara retirar inmediatamente el cordón que había establecido en esa provincia por la parte de Torrevieja.
Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 11 de enero de 2014