POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
A lo largo de nuestra Historia, más o menos reciente, hay personajes que han pasado por la misma sigilosamente, aun a pesar de haber desempeñado actividades por las que merecen ser recordados. Al parecer cuando éstos han vivido en siglos pasados creo que son más fáciles de recordar. Sin embargo, cuando son coetáneos, salvo las familias y los amigos más allegados, apenas viven en la memoria de las gentes, tal vez, porque todavía no ha madurado su recuerdo en las mismas.
Si nos detuviéramos en la evocación de la presencia en misiones de religiosos oriolanos en siglos pasados, nos llevaría a nombres como los del jesuita del siglo XVII Juan Fernández que desarrolló su apostolado en México, o el capuchino fray Pablo de Orihuela del mismo siglo, que hizo lo propio en Venezuela y en el Congo. Eran momentos similares a los que se viven con el adoctrinamiento de los indios guaraníes en la película británica `La Misión´ dirigida por Roland Joffé e interpretada por Robert de Niro, en la que las escenas rodadas en las Cataratas de Iguazú, con el acompañamiento de la música de Morrione, han dejado una huella imborrable en la historia cinematográfica.
Pero, dentro de los misioneros, más cercano a nosotros, a caballo, nunca mejor dicho, entre los siglos XIX y XX, el capuchino Francisco de Orihuela (Francisco Simón Ródenas) que, después de haber sido obispo de Santa Marta en Colombia fue nombrado como obispo dimisionario de Equino. El padre Francisco nació en La Aparecida en 1848 y falleció en el convento capuchino de Santa María Magdalena en Massamagrell en 1914, en cuya iglesia reposan sus restos. Pero, volviendo a lo que apuntábamos en un principio; cuanto más cercano tenemos a estos personajes, su recuerdo, casualmente, es más lejano hasta que con los años ocupa un lugar más cercano en nuestra memoria. Dentro de ellos, encontramos a un misionero en América, tal como aparece en su lápida en el Cementerio de Orihuela. Me refiero al franciscano oriolano fray Teófilo Ramón Mira, hijo del maestro Carrillo, buen albañil, gran amigo de mis abuelos maternos, Luis y María. Fray Teófilo nació el día de Reyes de 1928 y recibió en las aguas del bautismo el nombre de Manuel. En el año 1941, entró en el Colegio Seráfico de Cehegín, vistiendo el hábito franciscano siete años después y profesando en Lorca el 9 de septiembre de 1948. Fue ordenado sacerdote el 21 de marzo de 1953, y viví la celebración de su primera misa en la iglesia de San Juan de la Penitencia, ya que mis padres fueron sus padrinos. Recuerdo que al concluir la ceremonia se celebró un sencillo banquete en los salones del antiguo Palacio de Pinohermoso, donde se encontraba ubicada Acción Católica. El mismo año de su ordenación fue destinado a las misiones en Nicaragua, pasando al año siguiente a San Pedro de Sacatepéquez en Guatemala, y posteriormente a Chiquimulilla en la misma nación. En esta última fue durante ocho años superior y párroco. Debido a una enfermedad se vio obligado a regresar a España, pasando a residir en los conventos de Orihuela y Hellín, en el que falleció el 17 de junio de 1986.
Estas breves pinceladas biográficas nos llevan a su labor como misionero en Guatemala en la que debió de sufrir algunas contrariedades, tal como narraba en una carta que conservo y que remitió a mis padres fechada en Chiquimulilla el 14 de febrero de 1956. En ella, tal como veremos, no eran momentos fáciles para el desarrollo de su labor pastoral y nos muestra cuál era la vida y la situación política en esa época en la República de Guatemala. «Estos pueblos son inferiores en todo a los nuestros. Las casas algunas las hay buenas de concreto, pero la mayoría son de adobe o bajareque (pared de palos entretejidos con cañas y barro). No hacen habitaciones para dormitorios, solo un salón corrido que sirve para todo, para comer, dormir y trabajar o vender». Políticamente anunciaba que, el día primero de marzo de 1956, entraría en vigor la nueva Constitución. Y aunque a la Iglesia Católica ya le habían reconocido personalidad jurídica veía como probable que habría algunas dificultades, puesto que se había prohibido la entrada del clero extranjero y no se concedía carta de residencia a esos sacerdotes. Asimismo, denunciaba «algunos resentimientos por parte del clero nacional» al haber sido nombrados tres obispos extranjeros y ninguno guatemalteco. La prensa se había pronunciado contra los religiosos foráneos, añadiendo fray Teófilo que «nos tienen cierta ojeriza». El mismo arzobispo de origen guatemalteco Mariano Rosell Arellano anunció su renuncia. Sin embargo, después se retractó en la radio ante una manifestación popular en contra de sus intenciones. En su carta, fray Teófilo continúa diciendo, en referencia a aquellos que se mostraban contrarios a la presencia de sacerdotes de otras nacionalidades: «los protestantes vociferan contra nuestra religión por ver cómo reacciona el padre extranjero. No hay más que callar y seguir con la carga, pero no nos quieren. Yo gracias a Dios estoy bien, a pesar de ciertas peleas o altercados que tenemos con los protestantes guardando siempre las reglas».
Indudablemente, no eran las mismas circunstancias de los primeros misioneros de siglos pasados. No obstante, por medio de sus letras hemos sabido de las contrariedades que vivió un misionero que hemos conocido. De un oriolano que falleció a los 58 años de edad, con 39 de vida franciscana y 33 de sacerdocio. Creo que con el tiempo transcurrido va siendo hora de que ocupe un lugar destacado en nuestra memoria.
Fuente: http://www.laverdad.es/