POR FRANCISCO JOSÉ PÉREZ FERNÁNDEZ, CRONITA OFICIAL DE ALDEAQUEMADA Y LAS NAVAS DE TOLOSA (LA CAROLINA – JAÉN)
Después de realizar una política ofensiva basada en el control del territorio desde las ciudades de al Andalus, sus acciones fueron encaminadas a sofocar las rebeliones que surgieron fundamentalmente en las zonas montañosas, encabezadas por muladíes y bereberes. Por estos motivos, realizó una destrucción sistemática de muchos hisn rurales, obligando a la población sometida a instalarse en lugares llanos y de fácil control. Como consecuencia directa de este tipo de políticas por parte del califa de al Andalus, parece ser que se produjo la práctica desarticulación de las sociedades feudalizantes encabezadas por los grupos rebeldes muladíes, que originó la casi total desaparición de los linajes hispano-visigodos durante el siglo X.
De esta manera, el califa logró poco a poco controlar de forma efectiva sus territorios, ya plenamente islamizados, ayudándose de algunas herramientas como una buena organización para la fiscalización del territorio, la concentración de recursos hacia Córdoba y su influencia sobre el Magreb, que posibilitó la llegada de ingentes cantidades de oro que aumentaron de forma importante su poder en el Mediterráneo, aunque una gran parte de estas riquezas se gastaron en la construcción de la ciudad de Madinat al-Zahra, donde se trasladaría el gobierno y la mayoría de la corte califal.
En aquella época, Sierra Morena Oriental era atravesada por uno de los caminos de mayor importancia para el tráfico de viajeros y mercancías de la época, pues se utilizaba para unir la ciudad de Córdoba con las de Toledo y Cuenca. Su importancia fue fundamental, ya que durante la época califal, una parte importante de las empresas militares desarrolladas por los califas partían de las Koras de Jaén, Córdoba o Granada contra los reinos cristianos del norte peninsular. Esta circunstancia conllevó el reforzamiento y construcción de enclaves defensivos en Sierra Morena, teniendo entre sus objetivos su uso para el acuartelamiento de las tropas que se trasladaban al norte para controlar las fronteras con los reinos cristianos y acrecentar la influencia del Califato de al Andalus al norte de la Península Ibérica.
Un ejemplo importante de este tipo de fortificaciones fue el castillo de Baños de la Encina, que fue reforzado durante este periodo alcanzando su actual fisionomía, con sus quince torres, una de ellas transformada en torre del homenaje con la conquista de la fortaleza por parte del Reino de Castilla.
Todos estos condicionantes, junto con la creación de un ejército mercenario al servicio del califa donde el componente bereber fue muy importante, facilitaron la paz interior en al Andalus, logándose durante este periodo una de las épocas de mayor estabilidad, prosperidad e influencia exterior.
Pero con el paso del tiempo el poder del califa se debilitó, al tiempo que se multiplicaban los enfrentamientos entre los linajes árabes por controlar el gobierno del Califato, como los Amiríes o los Ziríes por ejemplo.
Todas estas luchas internas depararon el intento de imposición de un califa por parte de las facciones, abocándose a una guerra civil o fitna que destruyó el Califato Omeya andalusí de forma definitiva en el año 1031. En una segunda fase, y con el Califato ya desmantelado, los poderes locales y regionales ante la falta de una autoridad central se constituyeron en reinos, comúnmente conocidos como Taifas. Alrededor de unos 30 reinos nacieron de la desmembración del Califato con dos objetivos fundamentales y claramente diferenciados, por un lado la conquista de otras taifas vecinas para conseguir más poder en la península y de otro la resistencia a ser absorbidos por otros reinos, entre ellos los cristianos.
Las tierras que componían la Cora de Yayyan fueron repartidas entre las taifas de Toledo, Almería, Granada y Sevilla, desarticulando la antigua organización política y administrativa califal. El siglo XI, fue conocido como uno de los periodos más convulsos de estas tierras, creándose una situación de inseguridad que afectaba directamente a la población. Los distintos bandos se enfrentaban entre sí, sometiendo a las poblaciones campesinas a un continuo pillaje que propició el abandono de gran parte de las alquerías que se encontraban en lugares llanos y de difícil defensa para buscar refugio en los núcleos fortificados y husun, fundamentalmente en lugares montañoso y de difícil acceso.
La creciente inestabilidad y la falta de un poder centralizado en al Andalus fue aprovechada por los reinos cristianos del norte de la Península Ibérica para imponer su influencia en las fronteras y aumentar su territorio. A partir de este momento ya no serán los andalusíes los que dominen la península, viendo poco a poco como su territorio se reducía bajo el empuje de los consolidados reinos de Aragón, Castilla, León, Navarra y Portugal.
Para saber más:
Aguirre Sádaba, F. J. y Jiménez Mata, M. C., Introducción al Jaén islámico (Estudio Geográfico-Histórico), Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1979.
Castillo Armenteros, J. C., «El asentamiento islámico de Giribale», en Gutiérrez Soler, L. M., Guía arqueológica de Giribaile, Asodeco, 2011, págs. 330-396.
Pérez Fernández, F. J., El Castillo de Tolosa, Bubok Publishing S.L., 2013
Salvatierra Cuenca, V., El Alto Guadalquivir en época islámica, Universidad de Jaén, 2006.
Fuente: http://www.magrebies.net/