
POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Todo empezó en los primeros tiempos del cristianismo cuando los fervorosos cristianos, testigo y testimonio de su fe en Cristo, dieron su vida y su sufrimiento en aras de la proclamación de sus creencias. Fueron entonces, y lo siguen siendo hoy, los Mártires de Cristo.- Otros, aunque sin llegar a la muerte, sufrieron prisión, penas, torturas… por causa de su fe, que confesaban heroicamente sin miedo al dolor. Son, y siguen siendo, los Confesores.
Antiguamente las primeras asambleas cristianas basaban su culto en la celebración eucarística; fue a partir del sacrificio de los primeros mártires cuando la Iglesia de Oriente complementó las celebraciones litúrgicas con el culto a los Mártires y Confesores, culto que luego se extendió a la Iglesia de Occidente hacia los siglos V y VI.
La elección del 1 de noviembre como fecha de celebración de la FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS fue iniciativa del Papa Gregorio IV en el año 835.
Cien años después, hacia 1048, por iniciativa de San Odilón, abad de Cluny, se instituyó la celebración de TODOS LOS FIELES DIFUNTOS fijando su fecha para el 2 de noviembre.
La devoción a santos, mártires, confesores… trajo consigo la veneración de sus reliquias, especialmente sus HUESOS.
Nada tiene de extraño, pues, que la dulcería popular -y dícese que el «invento» es español con orígenes en el siglo XV o XVI- festejase estas celebraciones con preparaciones con forma de «huesos».
La introducción del mazapán en nuestros obradores confiteros contribuyó eficazmente a esas invenciones.
Antes -y siempre volvemos a «lo de antes»- los HUESOS DE SANTO tenían forma de fémur corto; después, pasado el tiempo, se optó por formas de canutillo con un relleno a base de dulce de yema, de manzana, de ciruela…..
¿Qué cómo se hacen?
Pues así: preparen un almíbar a punto de hebra fuerte y añadan almendra molida, removiendo bien, hasta lograr una pasta compacta. Retírenla del fuego y, ya fría, extiéndala sobre una mesa espolvoreada con azúcar formando una lámina no muy gruesa.
Corten unos cuadrados de unos 5 cm de lado, enróllenlos sobre un palo limpio, déjenlos secar, retiren el palo y rellenen con el dulce que deseen.
Finalmente espolvoréenlos con azúcar glas.