POR MARÍA DEL CARMEN CALDERÓN BERROCAL, CRONISTA OFICIAL DE CABEZA LA VACA (BADAJOZ).
Rompió moldes sin hacer ruido, con la sola fuerza de su inteligencia y su empeño
Matilde Padrón es un nombre y apellidos que significan perseverancia y tenacidad. Fue una de esas mujeres que, sin aspavientos y casi en silencio, abrió las puertas de la ciencia a las mujeres en un tiempo en que esa palabra, «ciencia», era un bastión cerrado para las mujeres. Rompió moldes sin hacer ruido, con la sola fuerza de su inteligencia y su empeño.
Nació en Canarias a finales del siglo XIX, una época en la que la mujer estaba destinada, poco menos, que a vivir en la sombra de la sociedad, siendo la “ciencia” la torre de marfil reservada solo a hombres.
Pero Matilde no tenía intención de aceptar un destino impuesto y desde joven mostró una inteligencia y un empuje que la llevaron a emprender una carrera en unos campos masculino o reservado para los hombres: la física y las matemáticas.
Padrón fue una de las primeras mujeres en España en obtener el título de licenciada en Ciencias, con especialización en Física y Matemáticas, en la Universidad Central de Madrid, lo que ya es decir en una época en que las universidades apenas tenían lugar para mujeres, y menos aún en disciplinas consideradas «masculinas».
No le faltaron obstáculos, desde luego: cada paso que daba le costaba un esfuerzo doble, tanto por el rigor de los estudios como por los prejuicios de una sociedad que no concebía a una mujer en aquellos ámbitos. Pero Matilde, con esa tenacidad que define a los pioneros, siguió adelante, consciente de que su trabajo podía abrir camino a otras mujeres.
Tras completar sus estudios, Matilde se dedicó a la docencia, una de las pocas salidas profesionales disponibles para las mujeres en la ciencia en aquellos años y ejerció en distintos centros de enseñanza secundaria y, más tarde, en la Escuela Normal de Maestras de Santa Cruz de Tenerife. Desde ese puesto, se empeñó en formar a jóvenes y en mostrarles que la física y las matemáticas también podían ser territorio de mujeres. Era consciente de que cada lección que impartía iba más allá de la materia en cuestión: era un mensaje de emancipación, una afirmación de que el intelecto no tenía género, como el alma, no tiene sexo.
Lo suyo no fue, desde luego, una vida llena de honores y reconocimientos. La historia de Matilde Padrón es, como tantas otras de su época, la historia de una lucha casi anónima, silenciosa, que se libró en el aula, en los exámenes, en las miradas de aquellos que no creían en ella. Vivió en una época ingrata, y su legado, aunque invisible para muchos, es imborrable. Porque Matilde, sin saberlo, fue de esas primeras mujeres que abrieron brecha, que demostraron con su vida y su esfuerzo que el conocimiento no es una cuestión de hombres o mujeres, sino de talento y de perseverancia.
Hoy, Matilde Padrón debería ser recordada como una pionera de la ciencia en España, una mujer que luchó con hechos por un sitio para las mujeres en el mundo del saber, y que, sin esperar aplausos, dejó una senda por la que después caminarían otras. Fue una adelantada a su tiempo, una de esas figuras a las que la historia debería rescatar del olvido para darle el lugar que merece. Porque gracias a mujeres como ella, hoy la ciencia es un poco más libre.