POR JOSÉ MARÍA FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Esto de hoy es un poco difícil de explicar y un si es no es comprometido, pues me temo que alguien se ofenda y descargue su ira contra mi y mi discurso.
Procedo, pues, a una inicial declaración de intenciones: Yo no soy sexista, ni antifeminista, ni misógino,… ni nada que tenga que ver con todos esos «-istas».
Y ahora hablemos de gramática española.
En España distinguimos tres géneros gramaticales: masculino, femenino y neutro.
Eso lo sabe todo el mundo; pero lo que quizá ignoren algunos es que el género gramatical, entre otras, tiene ciertas CAPACIDADES CONTRASTIVAS que hacen que una palabra, dicha en masculino, significa una cosa y en femenino, la contraria.
En el caso que nos ocupa , el masculino tiene un significado elogioso y el femenino, despectivo.
Vayamos a lo nuestro.
El calamar (Loligo vulgaris Lamk.) es un molusco cefalópodo decápodo (¡madre mía, qué de cosas), que se clasifica así porque tiene 10 tentáculos (pies) en la cabeza.
Su carne es apreciadísima por su exquisito sabor, siendo la preparación «en su tinta» la que goza de mayor popularidad.
Curiosamente «calamaio», en italiano, significa «tintero».
Fíjense que dijimos «su carne» o, lo que es lo mismo, «su cuerpo»; no sus tentáculos, sus RABOS», que, en principio, se consideraron de peor calidad de oferta.
Y aquí es donde «entra» la capacidad contrastiva del lenguaje: a esos «rabos» se los despreció llamándolos RABAS.
Pero, ¡ay, amigos!, la suerte y el bien hacer de los cocineros lograron que esas «rabas», rebozadas en harina y fritas en aceite, fuesen manjar de dioses en el olimpo.
Unos me cuentan que el «invento» tuvo cuna andaluza, concretamente malagueña; otros juran y perjuran que Cantabria es su origen.
No lo se; lo que si puedo asegurarles es que el éxito de las rabas-tentáculos fue tal que actualmente hasta se hacen tiras con el cuerpo de los «animalitos» y se ofrecen como si realmente fueran RABAS DE CALAMAR.
¡Oiga! ¿Y esa rodajita de limón que las acompaña en el plato?
¡Ni caso! Es para adornar, no para exprimirla.
En fin, miren por dónde un «femenino despectivo» se transformó en un «femenino de elogio celestial».