SABIDURÍA DE LOS AGRICULTORES ULEANOS EN EL SIGLO XX
Nov 18 2014

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

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Ulea, bañada por el serpenteante y majestuoso río Segura, que le abraza por su margen izquierdo desde el Salto de la Novia, en el límite con Ojós y le acompaña hasta el límite con Archena a la altura del parque de la Marquesa de Perignac, tiene una dilatada vocación agrícola.

Los primeros pobladores que ocuparon suelo uleano y formaron la Ulea Prehistórica, la Ibérica, la Romana, la Árabe, la Moderna y la Contemporánea fueron conscientes de que sus terrenos, con agua abundante y clima excelente, eran idóneos para desarrollar una actividad agrícola de la que se obtendrían óptimos rendimientos.

Sus tierras aptas para el cultivo de naranjos, limoneros, olivos, almendros, árboles frutales, hortalizas, lino y cereales, precisaba de agricultores que amaran la tierra, la comprendieran y obtuvieran productos abundantes y de calidad. Bien que los tuvo desde tiempo inmemorial, pero quiero centrarme en los años en que yo he compartido tareas agrícolas con grandes maestros uleanos en la segunda mitad del siglo XX y concretamente desde el año 1940 a 1970.

Ulea tenía cuatro o cinco latifundios comandados por expertos labradores que se rodeaban de encargados y braceros que entendían sus mensajes y los ponían en práctica de forma apropiada. No obstante, más del 90 %, eran pequeños propietarios que cultivaban sus tierras y obtenían el rendimiento suficiente para sacar a su familia adelante: era su medio de vida. Sin embargo no todos los años eran favorables pues, las inclemencias del tiempo proporcionaban tormentas, sequías, plagas del campo, que hacían infructuoso el trabajo de todo un año. Los contratiempos les iban curtiendo y sacaban las enseñanzas pertinentes para paliar los efectos de la meteorología adversa.

Cuantas personas entendidas venían a Ulea- sobre todo los comerciantes que compraban los géneros agrícolas y los exportaban al extranjero, o a las plazas de abasto y lonjas de la península, elogiaban la calidad de sus productos.

Agricultores ha habido muchos y de grandes conocimientos. Ahí tenemos los Cascales, los Ríos, los Valiente, los Tomás, los Abellán, los Carrillo, los Ruiz, los Moreno- mención especial a “José, el de la punta del pueblo” y tantos otros que son tan merecedores como los citados. De todos ellos aprendí en mi infancia y juventud, pero mis verdaderos maestros fueron Joaquín Carrillo Benavente y Joaquín Carrillo Martínez; mi abuelo y mi padre, respectivamente.

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De ellos aprendí como se cultivaba la tierra, y en qué época del año, así como los riegos, escardas, abonados, siembras, recolección, injertas de púa y de yema, prevención de plagas del campo y comercialización de sus productos. Con ellos iba a la huerta desde muy pequeño, -apenas tenía cuatro años cuando empecé de aguador y ayudante-. En los descansos de la jornada laboral- a veces “de sol a sol”-, durante la travesía, al ir y volver al trabajo y en las tertulias de sobremesa, casi siempre, se trataba de temas agrícolas, o que tuvieran relación con la huerta. Yo quedaba embobado escuchándoles, pues parecía que me estaban dando una lección magistral. No solo me ilustraron en todos los pormenores del arte agrícola, pues actuar como mandan los cánones es sinónimo de satisfacción; es mejorar el rendimiento. Me enseñaron a soportar años regulares o malos, pero sobre todo a no desfallecer ante la dureza del trabajo del campo y de las inclemencias del tiempo. Sus cuerpos estaban envejecidos y cansados pero se recuperaban rápidamente. Con el tiempo comprendí que se trataba de una labor muy dura y, muchas veces, mal remunerada e incomprendida.

Un día me sorprendieron al comprobar que eran expertos en cabañuelas y sabedores de una enorme cantidad de refranes relacionados con la agricultura, basados en la experiencia.

Me contaban refranes que habían oído de sus antepasados y coetáneos, que recitaban de carrerilla. Lo pasaban en grande cuando me veían la cara de sorprendido que les ponía y la atención que les prestaba cuando me los contaban. Los refranes hacían referencia al campo y afines, al santoral y a los meses del año. Todos en relación con la agricultura y cuanto influía en ella.

Mi abuelo los recitaba de carrerilla, mi padre le sonreía y yo quedaba boquiabierto escuchándole. Los refranes del campo más comentados eran:

A la flor sin olor, le falta lo mejor

Sementera temprana, de cien: una vana

Con pan y vino se anda bien el camino

Año de nieves, año de bienes

Si quieres aventajar, sé el primero en sembrar

Con buenos vinos y mejor comida, no necesitas medicina

Si siembras llorando segarás cantando

Cuando la noche más ennegrece, más claro amanece

Si la Resurrección es lluviosa, la cosecha es venturosa

Si el aire viene a favor, aprovéchalo

El aceite de oliva los males mitiga

El aceite para las espinacas y el vino para las tinajas
A caracol picante, vino abundante

Cuando las aceitunas amargan, con vino pasan

Arrieros somos y en el camino nos encontraremos

Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero

Aceitunas pocas, si tomas muchas te trastocas

El arco de San Andrés (Iris), lo verás después de llover

Estiércol, agua y sol, padres del trigo son

De cerdos airosos, jamones sabrosos

El limón es el rey de la restauración

Refranes relacionados con el santoral

A partir de Reyes, seis de enero, pierde un ajo el ajero

Por San Blas la cigüeña verás

Por San Marcos el pepinar ni por nacido ni por sembrar
Para Santiago y Santa Ana, pintan las uvas y las manzanas

Lluvia por San Juan quita aceite y no da pan

Por San Andrés mata tu res, mejor antes que después

Me maravillaba observar como interpretaban los cambios meteorológicos, según la época del año, y predecían el comportamiento atmosférico, con bastante exactitud, durante el año siguiente. Lo que más me impresionó fue que un grupo de labradores, durante los 24 primeros días del mes de agosto, se hacían turnos para estudiar los cambios climáticos durante esos días.

Todas las noches se reunían para pasar información de las horas que les había tocado dicha observación. Así, al acabar el día 24 de Agosto elaboraban un almanaque atmosférico para los 12 meses siguientes a partir del día primero de septiembre. Plasmaban un calendario tras un minucioso estudio de lo que ellos llamaban “cabañuelas”.

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Yo asistía a esas reuniones, pues mi abuelo, y mi padre formaban parte de ellas, y las seguía sorprendido, atónito: sin parpadear. Así los primeros 12 días de agosto, predicen el tiempo que hará todas las mañanas, desde las 12 de la noche hasta las 12 del mediodía. Desde el día 13 de agosto hasta el día 24, inclusive, pero en sentido inverso… 24, 23, 22, 21 y así sucesivamente, hasta el día 13, corresponderá al comportamiento atmosférico de todas las tardes de los meses correspondientes, desde las 12 de mediodía, hasta las 12 de la noche. Así completaban el año meteorológico, mediante el estudio minucioso de las cabañuelas.

Era curioso observar aquellas reuniones de expertos agricultores uleanos, vestidos con su indumentaria de labradores, con su pantalón de pana, su blusa oscura, su sombrero,- sobre todo los mayores- y calzados con esparteñas o abarcas: muy pocos llevaban alpargatas de esparto (las suelas) y menos con suelas de cáñamo. Ninguno usaba zapatos; al menos en esas reuniones. Todos parecían mayores de lo que eran en realidad pues en sus cuerpos se notaba el deterioro que les ocasionaba la dureza de su trabajo, siempre sometidos a las inclemencias del tiempo y la insuficiente alimentación.

Gumersindo Cascales Carrillo y mi padre elaboraban un borrador en el que pormenorizaban todos los detalles observados. Así, tomaban buena nota de las lluvias, dirección del viento; durante los 24 días de agosto, dejando reflejado tanto el día, como a la hora que se producía. Con esos parámetros que unos aportaban en hojas de libreta, otros en papel de estraza y algunos de viva voz, elaboraban su estudio.

Es curioso que algunos observaran los movimientos, balidos, posturas de las ovejas, como premonitores de cambios del tiempo inminente. La mayoría predecían tormentas con truenos y gran aparato eléctrico, otros barruntaban fuertes vientos, olas de calor o de frío, etc. Por ejemplo: cuando “las palomas” se acercaban a las acequias o brazales para mojarse es porque predecían días de calor, sin embargo cuando se subían a los tejados, cuerdas o cableados de alambre es porque el tiempo iba a ser apacible. Si “el gallo” canta de día es porque es posible un cambio de tiempo inminente. Si canta de madrugada, asegurado un día apacible.

Cuando “los gatos” saltan y van como locos es porque se avecinan fuertes vientos. Me llamó mucho la atención, la influencia que, para ellos, tenía el movimiento de las ovejas de “los burros y las mulas”, en actitud de gran nerviosismo y moviéndose de un lado para otro, acompañadas de relinchos continuados. Esta actitud, decían, predecía fuertes tormentas, con aparato eléctrico y granizada. Todas estas observaciones demuestran que además de dominar la agricultura, eran expertos en ganadería, no en vano casi todos tenían animales de labranza y de transporte, y sus corrales estaban ocupados por gallinas, cabras, conejos como reses caseros que usaban para su alimentación o para recova, que vendían en los mercados o cambiaban por ropa o alimentos.

Algunos llegaban más lejos y observaban las plantas. Decían que en las orillas de los brazales se criaban unas matas bulbosas parecidas al cebollino y que el año que eran abundantes es porque se presumía una cosecha de cereales excelente.

No tenían catalejos pero siempre estaban mirando al horizonte o al cielo. Así cuando “el arco iris” aparecía a primeras horas de la mañana es porque pronto cesarían las lluvias. “La luna” transmitía infinidad de datos, tanto para las personas, los animales, los productos agrícolas y sus árboles, así como para las especies marinas. “El sol” nos daba gran información, así el resol, la intensidad de los colores, los días del año, del mes, de la semana y de la hora del día; también nos transmite mensajes útiles. En los pueblos del Valle de Ricote se decía: “cuando la Sierra de Ricote tiene montera, llueve aunque Dios no lo quiera”.

También “las personas” tenían manifestaciones en su cuerpo que predecían cambios en el tiempo. Así se relacionaban los picores y dolores en articulaciones y cicatrices del cuerpo.

Otros signos de lluvia o de aire se observaban en el hollín de las chimeneas, los crujidos de los muebles, la humedad de las baldosas, la siembra retorcida, los sarmientos llorosos estando secos, el olor de los desagües, etc.

Estos expertos agricultores uleanos siempre tenían los refranes en su boca. Unas veces porque los habían oído y otras porque se los inventaban. De tanto referirlos, llegaron a calendarizarlos:

Cada día que pasa de enero, pierde un ajo el ajero.

En enero se hiela el agua en el caldero.

Si truena en febrero pon la trilla a buen recaudo.

Febrerillo el loco; un día peor que otro

Marzo cabezón, un día malo y otro peor

Marzo airoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso

Abril, el de las agua mil, que todas caben en un barril

Si truena en abril, coge la manta y tiéndete a dormir

Si no helara en mayo, no habría mal año

Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo

Las lluvias de junio caen mal, pues quitan aceite y no dan pan

En julio abrasador, los lagartos sestean a tu alrededor

En agosto, después de las cabañuelas, frío al rostro

En septiembre o se secan las fuentes o, las riadas, se llevan los puentes

El agua de octubre siete meses lunares cubre

En noviembre, en lugar sombrío, todo está lleno de rocío

En diciembre la nieve, alegra el año que viene.

De su observancia, y puesta en práctica, aprendí la forma de cultivar la tierra y la servidumbre que precisaban los distintos árboles y semillas.

Hago a continuación un relato sucinto de los más habituales:

CÍTRICOS

NARANJO.- Se plantan en enero y febrero. Su injerta suele ser entre los meses de febrero y marzo, pudiendo ser de yema o estampilla. Precisan tres o cuatro riegos al año, según la meteorología. Se suelen abonar unas dos veces al año. Se engalanan de azahar entre los meses de febrero y marzo. Son de hoja perenne. Se le hacen un par de cavas al año. Dan una sola cosecha al año, si bien en verano hay una nueva floración de escasa entidad que no se comercializa; solo sirve para zumo. La recolección depende de la clase de naranjo pues los navel y las mandarinas suelen ser los más tempranos. Le siguen la wasingtona, valenciana, sanguina y, por último, la verna, que suele madurar en primavera: su recolección se efectúa cuando el naranjo ya tiene el azahar de la siguiente cosecha. La escarda se efectúa en verano pues es cuando la savia del árbol está aletargada, así se evita que los cortes se engomen.

LIMONERO.- Similar al naranjo, pero con la particularidad de que pueden tener hasta tres cosechas distintas en el mismo año. Los uleanos distinguían entre cosecha normal, rodrejos y sanjuaneros, según la época del año. El limonero es más sensible al frío por lo que es conveniente que las plantaciones no se efectúen en umbrías que asiente mucho tiempo el rocío por el riesgo de helada de limones y limoneros.

FRUTALES

ALBARICOQUEROS.- El frutal más cultivado. Árbol de hoja caduca que suele injertarse de púa o de estampilla, cuidando bien el corte para evitar que enferme y que brote con vigor. Su cultivo es parecido al de los cítricos, con la diferencia que son árboles de hoja caduca. Brotan entre los meses de febrero y marzo y se recolectan los albaricoques desde final de abril hasta primeros de junio, según sean tempranos- con sus distintas marcas o búlidas. Son muy sensibles al agua, pues cuando están madurando la lluvia los suele abrir y pierden calidad. Solo están en el árbol durante 2 o 3 meses.

PERALES, MELOCOTONEROS Y CIRUELOS.- Le siguen en importancia. También son árboles de hoja caduca y su fruto también se comercializa, aunque en menor cuantía. Son de destacar la pera de agua y la gótica, así como el melocotón redondo y “el chato” también llamado “paraguayo”.

NISPERO.- Es el árbol frutal que más pronto brota, pues a final de diciembre y primeros de enero ya está lleno de flor, lo que le ocasiona un gran riesgo de helada. Su recolección se efectúa en el mes de mayo. No se suele comercializar, pues al no ser muy abundante su uso es casera.

CEREALES

A mediados del siglo XX, en Ulea, se destinaba gran extensión de terreno al cultivo de cereales, siendo los más importantes: trigo, maíz o “panizo” y cebada. El trigo y la cebada se cultivaban en terrenos de secano, de ahí la importancia de las lluvias, mientras que el maíz era de regadío. El trigo y la cebada se sembraban en otoño, tras el descanso de la tierra durante un año, y se recolectaba desde final de mayo; la cebada y los meses de junio y julio el trigo. La siega se efectuaba con la hoz y los haces se transportaban a las eras, en caballería, para ser trillados. Tras la trilla se aventaba para separar el grano de la paja y una vez separados se llevaban al granero y al pajar para ser almacenados. El maíz se sembraba en abril y tras madurar “las panochas”, se recolectaba en junio y julio. Tras la siega del trigo y la cebada, el terreno servía de pasto para el ganado y posteriormente se quemaba para que desapareciera la maleza. A los 20 o 30 días se procedía a labrar la tierra con el arado romano y se dejaba yerma para que descansara durante un año; a la espera de un nuevo ciclo.

De secano era también el cultivo del olivo y el almendro.

EL OLIVO, árbol de la familia de las oleáceas, de hoja perenne y de tronco enroscado, produce la oliva de la que se extrae el aceite común. También se utiliza para comer cruda, tras ser elaborada debidamente. Su recolección se efectuaba en los meses de noviembre, diciembre y parte de enero. Era transportada a la almazara en donde se prensaba y obtenía aceite de gran calidad, quedando el residuo; llamado orujo del que se sacaba el aceite de inferior calidad o se utilizaba como pienso o combustible.

EL ALMENDRO, árbol de la familia de las rosáceas florece muy temprano, en el mes de enero, y su recolección se efectúa en el mes de agosto. Se le quita la cáscara, que se utiliza como combustible, o pienso para el ganado, y se utiliza para comer en crudo; tosdada o frita, así como confitura. Del almendro se extrae la goma arábiga.

LA HIGUERA, árbol de la familia de las moráceas y que en Ulea se criaba en plan silvestre. No existía cultivo especial. Se plantaba en los márgenes de los terrenos de regadío, o bien de secano. Existían las variedades de verdal, breval y chumbera. Su fruto, el higo, de forma piriforme, y espinoso el chumbo, mitigó el hambre, en multitud de ocasiones, a muchas familias con escasos recursos económicos. Árbol de hoja caduca, comenzaba a brotar a finales de abril y primeros de mayo. Para finales de junio maduraban las brevas y para finales de julio y primeros de agosto, los higos.

LA VID.- Planta vitácea, de tronco retorcido y ramas largas y trepadoras, cuyos sarmientos pueden colocarse en enredaderas para que su fruto arracimado; las uvas, quede colgado y eluda posar sobre la tierra, con lo que se evita el deterioro del racimo. En la huerta uleana se cultivaba la uva de mesa, en sus modalidades de roja, moscatel, blanca y la especial de navidad. En el campo: terreno de secano, se cultivaba la uva especial para vino. Existía un pequeño lagar en donde se pisaba la uva y se extraía un vino de gran calidad, que, aunque no se comercializaba a gran escala, si era muy solicitado por los vecinos de los pueblos limítrofes.

TUBÉRCULOS

PATATA.- Planta de la familia de las solanáceas de cultivo muy arraigado en la huerta uleana. Dado el clima tan favorable se conseguían dos cosechas al año, en el mismo terreno, si bien la primera cosecha era más abundante y de mejor calidad.

La primera cosecha, se sembraba a finales de enero y primeros de febrero, introduciendo un trozo de patata, especial de siembra, que tuviera una o más yemas, en un terreno preparado en caballones. La recolección se hacía a finales de abril y primeros de mayo, tras la cual se dejaba la tierra en reposo y para finales de agosto o primeros de septiembre se sembraba nuevamente. Fue un alimento básico para la población uleana y cómo la producción era superior al consumo, se exportaba en grandes cantidades.

MONIATO.- También llamado “boniato”, es un tubérculo comestible que se forma en la raíz de dicha planta. De origen caribeño, su cultivo en Ulea se hacía para el consumo de sus vecinos. Su raíz comestible de sabor dulce era muy apreciada y si bien no se exportaba, se vendía en las tiendas de comestibles, a las familias que no las cultivaban.

HORTALIZAS

COL, COLIFLOR, TOMATE, PIMIENTO, BERENJENAS, LECHUGAS previamente, sus semillas, son sembradas en un terreno abonado con estiércol. Cuando, tras nacer, tienen un tamaño adecuado, se arrancan con cuidado, dejando sus raíces, húmedas y llenas de tierra y estiércol. Sus matas se plantan en el terreno destinado a que den su fruto, regándose previamente para que agarren bien a la tierra y sigan su proceso. Su cultivo es delicado por los efectos de las plagas que pueden atacarles, destruyendo las plantas y también sus frutos. Para evitar este contratiempo se fumigaban con el insecticida adecuado, por lo que se recomendaba lavarlos bien; ya que se comían, generalmente, sin cocer.

ALUBIAS.- Plantas papilonáceas que producen las judías, si son tiernas- también llamadas “bajocas” y las habichuelas que pueden ser blancas o pintas. La semilla se introduce en el terreno, a poca profundidad, regándose de inmediato. Cuando van creciendo se colocan unas cañas entrecruzadas para que sus tallos trepen y se enreden; así su fruto queda al descubierto, facilitando su maduración y su posterior recolección. A veces, dada la bonanza del clima, se cultivaban dos cosechas al año. Se empleaban bastantes tahúllas de terreno y de su venta se obtenían buenos beneficios.

PALMERAS.- Árboles palmáceos de tronco rugoso que puede alcanzar una altura de unos veinte metros. Su fruto es el dátil y si bien su cultivo es sencillo, su cuidado precisa manos expertas: los palmereros. Las palmas, con hojas pinchosas, son recortadas conforme van creciendo.

Necesitan habilidad ya que al tener que subir a gran altura, los palmereros precisan ir sujetos por unos cinturones especiales para ayudarles en su ascenso, descenso y el tiempo que tienen que estar suspendidos para efectuar todos los cuidados que precisa. En primavera, a la altura del cogollo le brotan unas vainas que en su interior llevan los tallos en los que irán creciendo y madurando los dátiles. Para eso precisan ser fecundados por el polen de las palmeras macho. Cuando la plantación tiene intercaladas ambos tipos de palmeras, el viento las “machea” de forma natural. Si no es así el palmerero tiene que cortar las vainas macho y subir a la palmera datilera y depositarlas entre sus vainas. Esta operación es llamada “macheo asistido”. Los palmereros pagaban una cantidad a los dueños; generalmente en especie, pero el resto era comercializado en los mercados y tiendas de alimentación. En Ulea había tres expertos palmereros: “el menuo”, “el chispa” y “Carlos España”, que tenían gran prestigio en toda la comarca.

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Durante una treintena de años me enriquecí con las enseñanzas de estos maestros de la agricultura. Recopilé cuantos consejos me dieron estos abnegados uleanos. Me han servido durante muchos años, pues he sido, y soy, un enamorado de la agricultura. Todas esas lecciones que aprendí las describo en esta comunicación. Sin duda, todo ha cambiado. Nada se parece a faenas agrícolas de mediados del siglo XX. La cava se efectúa con máquinas. Las azadas, lejones, picazas, etc., son- casi- piezas de museo. Ya no se siega, no se trilla, ni se separa la paja. Las máquinas segadoras lo hacen todo. Las yuntas de bueyes, o de mulas, ya no existen. El arado de rejas es pieza que pasó a la historia. Las máquinas aran la tierra, la emparejan, siembran, abonan y recolectan. Los riegos se están transformando en goteo o aspersión. El riego a manta es obsoleto y antieconómico: se desperdicia mucha agua. El abonado se efectúa por las gomas del riego tanto de aspersión como goteo. La escarda, que antes se hacía manual, se efectúa con motosierra. La recolección se efectúa manualmente, aunque poco a poco se va mecanizando. En los invernaderos se cultivan frutas y hortalizas en cualquier época del año.

“En aras del progreso”, todo va cambiando, hasta las frutas y hortalizas son modificadas mediante la adición de genes exógenos que consiguen productos con distintas propiedades, consiguiendo una alteración transgénica de los mismos.

En muchas fiestas se hace alegoría de la huerta y los huertanos, pero además de la parte festiva, ¿sabemos algo de ellos?¿Qué es un tablacho, “un partior”, una aceña, un brazal, una acequia, una tanda de riego, un celemín, un cuartillo, una sarrieta, una albarda, unas anganillas, un aparejo, una azada, una hoz, una corvilla, una picaza, etc., etc.? Casi todas son piezas de museo. Por eso, en esta comunicación, quiero rendir un cariñoso homenaje a estos sabios agricultores uleanos de los que solo fui un aprendiz.

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