
POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA

Hay dos aspectos en el asentamiento de nuestra ciudad que la define, el cerro y el río. El primero con sus veinte metros de altura y el río con sus paisajes configuran un conjunto de tal singularidad que ha marcado de manera definitiva su historia, primero como fortaleza y siglos más tarde como ciudad abierta.
Y es en esta segunda etapa cuando desde lo alto del cerro, cuyo mediodía ofrece unas panorámicas dignas de figurar entre las más atractivas y bellas que darse puedan, cuando reparo en la larga serie de tropelías y abusos cometidos y permitidos por el cacicazgo municipal. Desde lo alto de las murallas del Castillo, puerta del Obispo, Mirador del Troncoso, Mirador del Pizarro el menos espectacular y el maltratado y usurpado ilegítimamente a la ciudad de Peñas Brinques llegamos a San Cipriano terminando nuestro recorrido por los maltratados restos que nos ha dejado el Ayuntamiento. Pero nosotros seguimos recordando un poco de historia, nos vamos hasta los finales del XIX y los comienzos del XX cuando para acercar a la plaza como centro urbano se abre la muralla para dar salida a Alfonso XII y la Alcazaba, más tarde Castelar y siempre de Los Herreros. Rota la muralla como se hizo con gran acierto en la Plaza Mayor, la línea que seguía la citada muralla buena desde el viejo ayuntamiento.
Y es ese corte de la muralla que abre y enlaza la moderna Alfonso XII con lo que en los recintos murados se denominan Paseo de Ronda exterior, nos han quedado una veintena larga de metros cerrados con una tapia desde hace ya más de un siglo, que constituye todo un mirador para la calle, y aunque lo urbano ocupe todo el fondo, una vulgar tapia que cierra una panorámica aunque sea urbana no es muy acertada. Pero la historia la escriben y se escribe así. Vamos a dejarlo y vamos a disfrutar lo que aunque sea milagrosamente se ha conservado, aunque siempre aplaudiremos con efecto todo lo que sea acierto y engrandezca nuestra sufrida ciudad.
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