POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Llevo todo el día buscando las gafas. ¿Dónde las puse? ¿Quién me las quitó? ¿Quién me las distrajo? ¿Nadie? ¿Nadie más que yo mismo, que no sé dónde las aparté la última vez? Me pregunto y me pregunto, pero sin éxito de adivino. Toco aquí, toco allá y siguen sin aparecer. De modo que, con la voz del poeta José Antonio Muñoz Rojas, me dirijo a las alturas, al que todo lo ve: “Una vez más, Señor, me condenas perdiéndome las gafas. Por favor, devuélvemelas; me las escondes y me dejas sin vista. ¿Es que me quieres ciego para no ver el horror que me rodea”?
A ciertas edades, las gafas constituyen un adminículo indispensable, como las medicinas. Son tristemente necesarias. Aunque dan un porte de señor; de señor viejo, mayormente. Pues en esas estamos. ¿Quién no recuerda las lentes calzadas o encabalgadas sobre las orejas y las narices en las fotografías y óleos, frescos, sanguinas y acuarelas de muchos grandes hombres? Imaginaros a Quevedo, Unamuno, Valle Inclán…sin ellas. No podéis. Sus rostros, “gafados”, representan en gran parte su propia literatura, más que su vida: una literatura que mira hacia el adentro de las cosas y el hondón de las pasiones humanas. Por eso estos autores son profundos, abisales o abismáticos. Y nos atraen fatalmente. Releyéndolos, nos identificamos con su manera de pensar, que nos hace crecer mentalmente. Y es que intuimos que se quedaron miopes, présbitas o astigmáticos de tanto leer, buscar, sondear e investigar, hasta convertirse en “pozos de sabiduría”, ¿verdad?
Lobsang Rampa, seudónimo del escritor inglés Cyril Henry, nos cautivó de esa manera en nuestra juventud, cuando se puso de moda la lectura de su enigmática novela “El tercer ojo”. En este caso, no porque usara gafas, que en la vejez también, sino porque desde joven se sintió poseído por el espíritu de un lama tibetano fallecido que, según decía, le había enseñado a ver el más allá de la naturaleza, con sus fenómenos paranormales tan alejados de la visión real. Y eso fue lo que nos sedujo de él, que se signaba con un tercer ojo en la frente, ardiente como un tizón.
Se puede, pues, mirar, con gafas o sin gafas, hacia otros mundos y otras realidades superiores y distintas; se puede mirar hacia atrás o hacia adelante, hacia el pasado y hacia el futuro (utopías conseguidas prácticamente por la ciencia ficción), pero lo que no se puede ni se debe es apartar la vista de lo cotidiano que se tiene enfrente, es decir, la nación española única y entera, como hacen o fingen hacer el bizco Oriol Junqueras y el endiosado Dalai Lama Artur Mas. ¿Alucinaciones? Menos, menos; se ve o no se ve; se es o no se es; no se puede ser y no ser a la vez. Salvo si, como Lobsang Rampa, el lama fementido y desmentido, el mago engañador, intentas hacer trampa, incluso contra tí mismo.
¡Señor, encuéntrame las gafas de una vez!