POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Aunque siempre los alcaldes o regidores de los pueblos han tenido sus ayudantes, seguidores o personas de confianza, no fue hasta el día 20 de enero del año 1843 en que en un acta municipal, se reflejó la figura del allegado, o delfín del Regidor en Ulea, que ejercía las funciones de secuaz y, a la vez de incluso soplón.
Estas personas recibieron el nombre de ‘rabo alcalde’.
Ya, en la época de dominación romana, se decía que eran funcionarios rasos que servían de apoyo a los regidores y jueces en causas menores. Con posterioridad, estas personas cercanas al poder y, conocedoras de los entresijos de la Corte, en vez de ejercer las funciones que se le habían encomendado como fieles ayudantes o escuderos, se convirtieron -no todos, afortunadamente- en usurpadores de funciones que no eran de su competencia.
Cuando en el año 1889, el alcalde Felipe Carrillo Garrido nombró ‘rabo’ -alcalde a Francisco Martínez, que ocupó el puesto de alcalde provisional, en el consistorio que presidía Ángel Hernández; por enfermedad de éste, ‘Diario de Murcia’ de fecha 16 de octubre de 1890, se vio obligado a cesarlo de sus funciones ya que, tanto celo puso en el ejercicio de su cargo, que usurpaba las tareas que competían al primer edil.
El señor Martínez, se arrogaba la potestad de nombrar a personas del pueblo para efectuar trabajos a la ciudadanía, sin ser conocedor de las mismas el alcalde Felipe Carrillo.
A partir de entonces, en un pleno extraordinario del Consistorio del Ayuntamiento, se anularon dichos nombramientos, aunque de forma extraoficial, siempre se han rodeado de personas de su confianza, que no tenían cargo alguno del consistorio.
Desgraciadamente no se dedicaban solamente a informar al señor alcalde sino que hacían las veces de chivatos; ocasionando la caída en desgracia de ciudadanos honestos, del pueblo, por el solo motivo de que sus ideas no fueran afines.
A mediados del siglo XIX, estas personas hacían las veces de guardias de la ciudadanía y, entre otras funciones, vigilaban que durante la época de sementera, los palomeros no soltaran las palomas, por el riesgo de que dejaran los labrantíos sin semillas. Además, se preocupaban de que las calles estuvieran limpias de trapos y basuras.