POR ALBERTO GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
MANUEL Godoy, el español de sangre no real que más títulos, honores y poder acumuló de toda la historia de España, nació en Badajoz el 12 de mayo de 1767. Hace ahora prácticamente 250 años. Pese a lo cual resulta un modelo de político moderno. El que en nuestros días está cobrando particular actualidad y relieve. El del político llamado a aportar un aire nuevo a la viciada manera de gobernar precedente, que había encajonado en un callejón sin salida el panorama nacional en todos los órdenes: falta de ilusión en la gente; rechazo de los políticos de viejo cuño; corrupción; descrédito del noble arte de gobernar. desgaste del sistema, en definitiva, en todos los órdenes.
Las causas del acceso de Godoy al poder son dobles. Unas, las circunstancias y exigencias del momento. Otras, sus cualidades personales. O lo que es igual, según la fórmula de valor universal en política. Estar en el momento preciso en el lugar adecuado y poseer las condiciones que la situación demandaba.
Entre las primeras destaca el fracaso, con sus políticas opuestas, de sus dos antecesores: Floridablanca y Aranda. Uno por conservador alejado de los cambios que los tiempos reclamaban. El otro por lo contrario: por su apertura radical hacia las formas revolucionarias y rupturistas del terror en Francia.
En tal coyuntura al rey, Carlos IV, no le quedaba más opción que buscar alguien nuevo; no comprometido con las políticas anteriores; sin ataduras personales o de intereses, ni demasiados condicionantes ideológicos; libre de prejuicios; imaginativo; audaz; capaz de vislumbrar soluciones distintas a las viejas ya periclitadas y dispuesto a aplicarlas resueltamente; y sobre todo, leal únicamente a su figura. Alguien a quien, por otra parte, venía preparando ya para tal destino y que se ajustaba exactamente al perfil requerido: Manuel Godoy. Esas, y no las del amoríos con la reina, tan descartados a estas alturas por la investigación histórica rigurosa, como aireados por la demagogia de trazo grueso, es la verdadera razón por la que Carlos IV se decidió por aquel inexperto, decidido, y tampoco tan ignorante como también proclaman sus detractores, joven badajocense de tan solo 25 años de edad.
Buscar una alternativa a la situación sin salida creada por las políticas contradictorias -asemejables a lo que hoy serían las de las izquierdas y las derechas (o como se llame lo que no es propiamente izquierda)- desarrolladas con tan negativos resultados por Floridablanca y Aranda, a través de alguien no condicionado por ideas y modos ya desgastados, capacitado para ofrecer nuevos horizontes de esperanza y maniobrar en la complicada situación del momento, fue pues lo que motivó al monarca a poner toda su confianza -y esperanza- en él.
La misma razón que, repitiendo la audaz, y quizá arriesgada, apuesta de su antecesor, haría dos siglos después su descendiente Juan Carlos I con el igualmente joven, descomprometido, imaginativo, audaz e inédito Adolfo Suárez.
Y que en nuestros días, es lo mismo que trata de hacer, esta vez no por decisión del monarca, que ya no la tiene a tales efectos, sino directamente, el pueblo español a través de las urnas: buscar en una complicada coyuntura, frente a la desacreditada clase política y las viejas fórmulas de una partitocracia repudiada por sus perniciosos procedimientos y resultados, ya periclitada, el aire fresco de unas figuras, unas ideas y unas formas renovadas y renovadoras de hacer política y gobernar.
Sobre la figura de Manuel Godoy son muchos los trabajos que desde los pioneros de Ossorio y Gallardo y Luciano de Taxonera, luego seguidos por los de Seco Serrano, Bullón de Mendoza, Julio Cienfuegos y otros a partir de los años sesenta del pasado siglo XX, hasta los cada vez más numerosos de nuestros días debidos a Emilio La Parra, José Belmonte, Pilar Leseduarte, Enrique Rúspoli, Teófanes Egido, Eleonora Rose, José Luis Lindo, Luis Alfonso Limpo, y quien esto mismo firma, han venido a poner luz en una de las figuras que, con todas las sombras que se quiera, resulta una de las más relevantes de la historia de España y el badajocense más señalado en ella, sin duda. Al que entre otras cosas hay que agradecer, no ya el mantenimiento de la integridad patria frente a sus dos grandes enemigos, Inglaterra y Francia, en una dificilísima coyuntura, sino su engrandecimiento con la incorporación de Olivenza.
Empeño clarificador al que la ciudad de Badajoz en que naciera, a la que tanto favoreció, y que tanto añoró en su largo y dramático exilio, ha contribuido de manera muy señalada dedicándole numerosos recuerdos, homenajes, jornadas de estudio, publicaciones y hasta el magnífico monumento en bronce que preside la plaza abierta sobre el seminario y centro universitario en que cursó sus estudios. Y cuya última expresión es el estupendo libro editado muy recientemente por la Asamblea de Extremadura, recopilatorio de la completa colección de cartas manuscritas correspondiente a sus últimos años de exilio en París que con tan buen acierto ha adquirido para importante incremento de nuestro patrimonio cultural y nuestra historia.
Fuente: http://www.hoy.es/