POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En el año 1770, el Conde de Aranda intentó poner orden a los desmanes de las hermandades de animeros, tanto en el aspecto moral como económico. Tras una década, de ímprobos esfuerzos, en el año 1780, concretamente el día 22 de diciembre, los Franciscanos tocaron todos los resortes que tuvieron a su alcance, con tal de promover la proliferación de Hermandades de las Ánimas. Lo consiguieron, en efecto, pero el asunto de las finanzas seguía sin estar claro; costó trabajo meterlos en cintura.
Miguel Tomás Abenza, cura patrimonista de la parroquia de San Bartolomé, tuvo que poner orden entre los miembros de la Agrupación de Animeros de Ulea que realizaban sus fiestas, con las pujas de Navidad, en las que comenzaban a reinar hábitos paganos, ya que los Animeros, con los instrumentos musicales al uso, hacían una especie de romería, además de actuar en el pueblo por las casas y cuevas del campo, acabando en muchas ocasiones en verdaderas orgías, ya que se bebía más de la cuenta, se comía demasiado y, saciaban sus apetitos carnales, con mujeres ajenas.
El sacerdote Miguel Tomás Abenza, conocedor de estos desmanes, intentó poner orden y acudió al convento de Santo Domingo, de la capital murciana, en donde se reunía La Hermandad de la Aurora, para exponer las circunstancias que concurrían en los Auroros y Animeros. Para tal finalidad, tuvieron que afiliarse, como miembros de la misma, con el fin de regirse por una normativa festiva y religiosa; exenta de manifestaciones paganas, que tanto dañan a la sociedad, en general.
La asistencia del cura patrimonista a dicha reunión, acompañado del mayordomo animero, Luis López Abenza, les permitía tener acceso a las normas establecidas en el año 1719, sobre las conductas de los Animeros, en las pujas o subastas de Navidad, a los sones de sus instrumentos musicales, en dicha época.
Para ello, debían abonar una cuota, por cada uno de los miembros -llamada tarja-, para ayuda del sufragio de las almas de cada Hermano Animero, tras su muerte.